No paran de aparecer en la prensa decisiones sobre la demolición de algún edificio que no debió nunca construirse. Leo que la Generalitat ha sacado a concurso la redacción de un proyecto de derribo para dos torres gemelas en Benidorm cuya licencia anuló el Tribunal Supremo por contravenir la Ley de Costas. Un lento rosario de edificaciones cuyas licencias no debieron autorizarse comienzan a contar con sentencia firme de demolición. Sin ir muy lejos, sabemos que ha concluido el derribo de los bungalows de Tabarca con un coste estimable derivado hacia las arcas públicas. Desconozco las sentencias, pero el sentido común marca que si una Administración ha concedido una licencia de obras debe responder de su acción. Aparte pueden derivarse de estos hechos indemnizaciones a la propiedad. No sé el coste final sobre quien recaerá, pero he de decir que me cabrea tener que pagar por las decisiones erróneas de una Administración.

Es curioso que, en las declaraciones a la prensa de los políticos, estos suelan justificar sus decisiones por el empeño en buscar la creación de empleo. Ello sin medir las consecuencias derivadas de sus actos. Es hora de plantearse si el coste de los efectos de estas decisiones tomadas por distintas administraciones debe ir sin más a cuenta del erario público, o si es buen momento para comenzar a responsabilizar a altos funcionarios y políticos de los resultados de sus decisiones. Pero hasta que ese día llegue, y aunque esté de acuerdo con ellos, me gustaría pedirles a los señores ecologistas que dejen de pleitear contra las administraciones por licencias mal dadas. ¡Es que nos va a costar un Potosí!

Y lo peor es que esto no ha hecho más que empezar. La justicia es muy lenta en este país y los casos de la época del ladrillo comienzan a cerrarse ahora. Parece que los costes de demolición del hotel Algarrobico pueden ascender a más de siete millones de euros. Consuelo: aquí hay un acuerdo para ser repartidos entre el Gobierno Central y la Junta de Andalucía ¡Cómo si no fueran ambos partes de un mismo Estado! ¡Cómo si el dinero no saliera del mismo bolsillo! De otro lado tengo que añadir que no sé hasta dónde se puede reponer el desmonte de una sierra a su estado natural. Hace falta un buen proyecto por lo que tendremos que estar atentos a las condiciones de esa demolición tan solicitada por los grupos ecologistas. Citaré en último lugar el complejo turístico de la isla de Valdecañas situada en un pantano de Extremadura ya en el linde de Castilla. Se trata de un conjunto de dos hoteles y doscientas villas de lujo con un campo de golf y un puerto deportivo. El Supremo los ha declarado manifiestamente ilegales. ¿Cómo demoler lo ejecutado en una isla fluvial con un coste razonable sin tirar los escombros al pantano?

En fin, centrémonos en el tema del artículo: los derribos. Es cierto que este tema se va a complicar en los próximos años. La ley que los regula habla de la producción y gestión de residuos de construcción y hace hincapié en su tratamiento encaminado a la reutilización. Hay que advertir que la gestión de los residuos debe llevarse a cabo en perfectas condiciones ambientales. Se trata de no verter los residuos en el primer barranco que se encuentre en la proximidad, sino en proceder a un tratamiento basado en la clasificación y reutilización de los materiales de construcción. Reciclaje es hoy la palabra mágica. Y esto ya no resulta barato.

Creo que unos costes elevados nos llevarán en el futuro a evaluar políticas de reutilización de lo ya edificado de manera que se minimicen los costes de demolición. En general, los países más avanzados de nuestro entorno han comenzado a contemplar soluciones de reutilización que logran minimizar estos gastos. Hace un par de años visité Nueva York y el proyecto estrella del momento era un parque lineal llamado High Line. Consistía en una línea ferroviaria elevada que penetraba en Manhattan y que había quedado obsoleta por lo que estaba destinada a ser demolida. Se convocó un concurso y las ideas de Diller, Scofido y Renfro fueron las ganadoras. Se trataba de no demoler y convertir la línea férrea en un paseo elevado desde el que contemplar el río Hudson y la ciudad. A su vez, desmontando las traviesas hicieron un pavimento de madera que junto con el ajardinamiento en base a una vegetación adaptada a las condiciones climáticas de NY dieron lugar a un magnífico parque. El éxito fue fulgurante.

Como conclusión, en los próximos años debemos proceder a programar actuaciones basadas en la adecuación de usos y materiales a las nuevas necesidades. Pero, si queremos que estas nuevas operaciones resulten sostenibles, debemos reconducir nuestras actuaciones hacia la regeneración urbana. Esto es, debemos planificar nuestras ciudades reutilizando tanto suelos obsoletos como edificaciones rehabilitadas.