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Alemania puede y no quiere

La propuesta de Bruselas de aparcar la austeridad y estimular fiscalmente la economía

Los que quieren no pueden y los que pueden no quieren. Europa está metida en esa paradoja, descrita así por el comisario de Economía de la Unión Europea, el francés Pierre Moscovici, a propósito de la corrección que la Comisión Europea quiere hacer en el rumbo de la política económica en la zona euro: que los países con unas finanzas más saneadas emprendan un estímulo fiscal (más gasto público o rebajas tributarias para dinamizar la inversión y el consumo) ante el pobre crecimiento de la región monetaria (1,7% previsto para 2016) y la expectativa de una desaceleración el próximo año en un contexto de crecientes incertidumbres por el Brexit, por la llegada de la "era Trump" en EE UU, por la ralentización del comercio internacional...

Entre las principales economías, los que quieren y no pueden son países como Italia y Francia, con gobiernos socialdemócratas (los de Hollande y Renzi) y críticos con la austeridad, pero atrapados en ella (o al menos sin margen para expandir significativamente el gasto y la inversión) porque sus niveles de endeudamiento público están en zona de peligro en el caso francés (96,2% en relación al PIB) y son estratosféricos en el italiano (132%).

España tampoco puede, según la disciplina comunitaria. La deuda estatal está en el 100% del PIB, el déficit sigue entre los más altos y el Gobierno está obligado a hacer nuevos ajustes en 2016 y 2017 que van a traer subidas de los impuestos de sociedades y los tributos especiales sobre el consumo y la producción y una rebaja del techo de gasto que presumiblemente se va a consumar a partir del Consejo de Ministros del próximo viernes. Bien es cierto que técnicamente España tampoco podía hacer una expansión fiscal en 2015 y 2016, y sin embargo el Gobierno de Rajoy la hizo de hecho en esos años de citas electorales con rebajas tributarias y relajación en el gasto público que alentaron el crecimiento del PIB y añadieron deuda y déficit.

El llamamiento de la Comisión Europea a una "expansión fiscal agregada" en la zona euro por valor de unos 50.000 millones de euros está dirigido a los países que pueden y no quieren, principalmente a Alemania. Con el presupuesto en superávit y la deuda apenas por encima del 70%, se le pide al país que ejerza el papel de "locomotora" europea echando más combustible a la caldera. El amplio margen que tiene Berlín gana potencia además si se considera que el Estado se está financiando casi gratis (el interés del bono alemán a diez años es del 0,26%).

Alemania dice de entrada que no a un asunto que, admite Moscovici, suscitará un intenso debate en las próximas semanas en la reunión de ministros de finanzas de euro. Bruselas invoca la urgencia de conseguir una recuperación más sólida e inclusiva ante las amenazas populistas y eurófobas, alimentadas por el escuálido crecimiento, su desigual reparto y el paro persistente (10% de media en la zona euro, el doble que en EE UU). "Hay que cambiar de políticas para demostrarle a los europeos que en Francia Le Pen no es la respuesta; que en Italia las soflamas antieuropeas no son la solución", ha dicho el comisario.

Persuadir a la rocosa Ángela Merkel será difícil. Y no sólo porque Berlín tenga sus propios argumentos económicos. Merkel encara las elecciones federales de 2017 con una amplia ventaja en los sondeos. Cabe intuir que no la pondrá en riesgo con una expansión notable de la inversión pública (el estímulo más potente) que iría contra la ortodoxia de la derecha teutona y contra la opinión de muchos ciudadanos. Costará que Merkel vaya más allá de la rebaja tributaria (15.000 millones a partir de 2017) que la canciller ha lanzado camino de las urnas. Aunque el PIB también esté avisando en Alemania: creció el 0,2% en el tercer trimestre, frente al 0,7% del anterior.

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