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Javier Mondéjar.

El Indignado Burgués

Javier Mondéjar

La España del espectáculo

Si Galdós escribiese ahora sus Episodios Nacionales con cambiar el aliño indumentario de los personajes tendría más que suficiente ya que el resto de paisaje no ha cambiado casi nada: ni somos más sabios, ni más tolerantes, hacemos espectáculo de cualquier pamema, sentimos un placer culpable al ver arrastrar a los delincuentes camino del patíbulo y, al mismo tiempo, somos capaces de hacerles una copla si tienen una muerte digna «como Don Rodrigo en la horca». En lo único que ha evolucionado España, seguramente para mal, es que antes el espectáculo se hacía en los combativos diarios de la época, mientras que ahora la cancha de juego está en los platós y no me van a comparar a Blanco White o Mariano José de Larra con la Esteban o el Marhuenda.

Subiendo a las más altas cimas de la miseria mental hemos conseguido no tener ideas propias, sino adaptarnos a los lemas que marcan los guionistas de turno. Galdós describe las tertulias de la época, con muy mala baba, muchos rencores y cantidad de resentimientos, pero el que más y el que menos defendía unas ideas, no una nómina de tertuliano que cuanta más demagogia, más ceros, o un argumentario de partido. Los políticos debatían a muerte en el Parlamento pero sus razonamientos iban más allá de las encuestas (que gracias a los hados no existían) y, sobre todo, no infantilizaban a sus conciudadanos que en la calle eran contundentes hasta para levantar barricadas si era menester. Pensar y leer era un bien al alcance de pocos, pero hasta los obreros iletrados tenían conciencia de que cambiar la sociedad era posible y tenían muy claro quién era el enemigo. Y deseaban desesperadamente formarse y aprender para hacer frente a la injusticia. Y hubiesen tirado ladrillos a cualquier salvador de la izquierda que les fuese con ideología de mercadillo.

Ahora estamos idiotizados por el espectáculo y el entretenimiento. Al personal le da igual ver a los piernas de «Sálvame» que a los sesudos tertulianos (sic) de la «Secta» como dice Aguirre, y el futuro de España no se dirime en las Cortes sino en los platós de televisión. Sería una ocurrencia divertida si no fuera verdad que los tertulianos cutres del corazón y los «ilustres» de las políticas no utilizasen las mismas herramientas para condicionar las opiniones de una mayoría borreguil.

Ya no se cortan ni siquiera para mencionar los trucos más viejos del oficio. El otro día escuchaba al «coletas» a las ocho de la mañana que no iba a interpelar en el Congreso a Rajoy porque había presentado una moción de no sé qué y si hacía las dos cosas se devaluaría la noticia que pretendía vender. Luego se murió Rita y entonces tuvo que cambiar el guión y como un día sin salir en televisión es un día perdido recurrió al pataleo y la mala educación, sin tener ninguna consideración para lamentar que una persona que estaba en la Tierra, por muy malo que hubiese sido su paso por la misma -que tampoco es el caso- la hubiera abandonado. Me impactó de joven el poema de Donne que utiliza Hemingway: «Nadie es una isla completo en sí mismo? La muerte de cualquier hombre me disminuye porque formo parte de la humanidad. Nunca preguntes: ¿Por quién doblan las campanas? Doblan por ti.» Podemos no lo leyó, el espectáculo debe continuar.

Lo malo del caso es que argumentos infantiles producen mentes sencillas que finalmente se programan con lenguaje Cobol: ceros y unos. Cero abierto, uno cerrado, no hay claroscuros. Tampoco es extraño que, siendo todo espectáculo hayamos hecho de la política un circo de tres pistas o un estadio de fútbol, en el que animamos como locos a los nuestros y abucheamos hasta la ronquera a los otros. Es sencillo y práctico: los nuestros aunque lleven el cuchillo en la boca jamás hacen falta, los otros son unos asesinos. Mi cerebro reptiliano funciona así viendo jugar al Madrid y al Barsa, es curioso que con otros equipos no sea tan cerril. O será que no me gusta el fútbol, sólo ver ganar a los buenos y perder a los odiosos.

La reiteración de la infantilización es el germen del fascismo y de Trump, pero en España vamos un poco más lejos y hemos mezclado a Stravinsky y La Mignon y en esos movimientos pendulares que tanto nos gustan pediremos al Vaticano que santifique a Rita. La misma señora (o señor) que grita a los encausados en la Audiencia Nacional, a los «golpistas» de Ferraz y al Matamoros, tiraría verduras camino del cadalso de Rita y luego sería capaz de rezarla. Porque es el mismo guionista quien manipula su cerebro del tamaño de un guisante, con memoria de pez y sin ningún tipo de vergüenza o inhibición, de forma que en su programa robótico hoy toca humillación y mañana alabanza.

Les pediría que vieran menos la televisión y que leyesen y pensasen más, pero eso seguramente será exceder en mucho las atribuciones de este humilde columnista. Aunque si bien lo pienso escribir es el acto menos humilde que existe, seguido de cerca por ser Pablo Iglesias, claro. En fin, hagan lo que quieran, pero luego no se me quejen.

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