Si usted, querido lector, no sabe que es el Big Data, está fuera de onda. El término se refiere al almacenamiento de grandes cantidades de datos y a los procedimientos usados para encontrar patrones repetitivos con esos datos para su análisis, manipulación o uso. En fin, es como un Gran Hermano de George Orwell pero a lo bestia.

En este caso, y siendo yo político ocasional, me voy a referir a ese concepto y a su aplicación sobre la toma de decisión de los políticos, teniendo, como tenemos, una información masiva.

Tengo la sensación que en la política de hoy se está muy pendiente de lo que dicen, repetitivamente, las redes sociales, los diarios digitales, los blogs, o las cachibambas varias sobre el día a día. Se ha establecido, y han caído en la trampa los mandamases de la política, una especie de mantra en la que si un tema es muy seguido en internet, merece respeto y consideración. Es más grave aún. Se ha dibujado un escenario en el que todo lo que se publica tiene un aurea de veracidad. Antes se decía, «lo ha dicho la tele». Hoy se repite machaconamente, «está en internet, y echa humo».

En esta generación de datos masivos, se produce, en política, mucho excremento. Mucha vendetta personal. Mucha opinión, que por repetida y bien vestida, no convierte miles de mentiras en verdades. Esa dinámica perniciosa que hace que uno tenga que estar pendiente de toda la información que se publica es signo inequívoco de un retardo mental. Ir al ritmo que marcan unos voceros vomitivos, o contestar a auténticas barbaridades porque un señor esa mañana no se ha tomado la pastilla correcta, es generar Bad Data. No grande, sino mala.

Cualquiera que pulule hoy por internet habrá observado la cantidad de psicópatas que caminan firmes y erguidos. Antes estos pájaros de cuenta se apostaban en el bar, pero no tenían bemoles de decirte nada a la cara. Su psicopatía es el anonimato, el pseudónimo. Bien es cierto que algunos se muestran tal como son. Porque en su jauría dialéctica sólo esperan el refrendo de los otros loquitos.

Cuando tú ves que ante la muerte de un torero, una banda de hijos de la gran chingada, se congratulan de su muerte. Cuando tú ves que un malnacido dice que una alcaldesa fallecida debe «quemarse para calentar a una familia sin recursos», y el muy pájaro dice que es humor negro. Cuando el vómito político, sin humanidad, se convierte en noticia. Entonces, y sólo entonces, la convivencia es quebrada por un amasijo masivo de twitts y sus secuaces.

No era esto lo que uno esperaba de la política. No era esta acumulación de babas y espuma en la boca de tanta gente sin argumentos. Todo se enfoca para conseguir la causa. A todos estos inhumanos sólo les espera la soledad. Que en cierto modo acompaña a casi todos los psicópatas, bien sean individuales o lo sean pertenecientes a una banda terrorista.

Si para la toma de decisión política hay que estar enchufado a todo el mercadillo digital, sólo construiremos los monstruos que dibujen los que más chillan. Pensé que la política era más reflexiva. A mí no me van a esperar a contestar a toda esa miseria humana. A mí no se me espera para argumentar contra mentiras sucias. Porque lo verdaderamente importante es saber quién lo dice, y porqué lo dice. La gran mayoría de asalta corrales que insultan masivamente lo hacen para hacerse un hueco político en su espectro. Piensan que cuanto más, peor para el otro. Y no se dan cuenta que a quien realmente hacen daño es a su propia vida.

Porque la acumulación de mentiras, barbaridades e insultos volcados sobre una red produce el efecto boomerang. Habrá que volver a votar un día. Y toda esta gentuza aparecerá enfrentada a su espejo de la realidad. Y su realidad es la misma que ellos han construido con el fango de sus propias miserias. Tienen tiempo para decir y acrecentar el «data», pero en el cocktail solo sale bebida amarga. No se puede seguir a todos estos descerebrados. Excepto que alguien piense que tenemos que hacerles caso. No cuenten conmigo.