Me había propuesto no hacer ningún comentario público sobre el trágico fallecimiento de Rita Barberá, pero todo lo que he leído, visto y oído estos días, me lleva a publicar estas reflexiones porque me da la sensación de que, en este país, tenemos la tendencia a convertir todo en un circo mediático y lleno de postureos. Unos, porque llegan tarde con sus comentarios en favor de Rita Barberá y otros porque confunden un respetuoso minuto de silencio con un «homenaje».

Jesús Posada definía de «cacería injustificada», lo que ha sufrido Rita Barberá durante los últimos meses. Antonio Hernando, portavoz del Partido Popular, hablaba de «linchamiento» político y mediático. La cruel realidad es que muchos de sus compañeros de partido se apartaron de ella como si oliera mal desde que fue imputada. Ella no dimitió, convencida de su inocencia y de la tonta teoría de que un político debe dimitir en cuanto es investigado y no cuando es condenado. Puro fariseísmo político.

Este miércoles, tras conocer la noticia, el PP difundió el siguiente comunicado: «El Partido Popular quiere expresar su más profundo dolor ante el fallecimiento de la senadora y exalcaldesa de Valencia Rita Barberá. Rita consagró su vida a Valencia y a España. Fue durante 24 años alcaldesa de su ciudad y su trabajo y su fortaleza las dedicó a los valencianos y al servicio público, transformando la ciudad de Valencia en una obra que quedará en la memoria de todos los ciudadanos. El Partido Popular traslada su más sentido pésame a sus familiares y amigos por tan triste fallecimiento y se une al dolor de los valencianos y de todos los españoles de buena voluntad». A buenas horas. Ya es muy tarde.

Por otro lado la postura de Unidos Podemos ante el minuto de silencio no tiene nombre. Llaman homenaje lo que es una simple muestra de respeto a una compañera fallecida cuyo cuerpo todavía está caliente. Llaman corrupta a una persona que nunca ha sido condenada por los tribunales. Llaman orgullo a su propia actitud, para disfrazar su odio, su bajeza moral y su ausencia de escrúpulos. Para el que no lo sepa, Rita Barberá seguía viviendo en la misma casa que tenía cuando empezó en política. Ella no se ha enriquecido vendiendo viviendas de protección oficial ni ha cobrado millones trabajando para gobiernos extranjeros, redactando las mejores formas de reprimir y silenciar a la oposición política.

La dirigente popular fue citada por Conde-Pumpido el pasado 13 de septiembre y, un día después, el PP la forzó a darse de baja del partido tras 40 años de militancia. Ella, pese a la presión de su partido y de toda la oposición, mantuvo su acta de senadora, lo que le permitió mantener su aforamiento ante el Supremo y desmarcarse del resto de imputados.

Rita Barberá siempre defendió su inocencia. Dos días después de declarar ante el Supremo, la exalcaldesa de Valencia fallecía de un infarto.

La humana conmoción desatada en el PP al saberse de su muerte es comprensible, lógica, pero no lo es que el elogio fúnebre se haya desatado incontenible. Si tantos y tan relevantes servicios prestó a su ciudad, Valencia, si tanta y sobresaliente ha sido la contribución que ha rendido al PP, cómo entender el comportamiento que el partido y sus dirigentes han tenido hacia ella. Recordemos que Rafael Hernando, que ahora emplaza a los periodistas a hacer examen de conciencia, fue de los que ayer recomendaba a Rita Barberá desaparecer de la escena política, al igual que Maíllo, Levy, Casado y una abultada nómina de dirigentes y cargos públicos del PP, que insistentemente pedían a la senadora que se eclipsara.

Por encima de todo ello ha planeado incontestada por décadas la muy recia personalidad de Rita Barberá, a la que su partido, antes de abandonarla o mejor, de dejar públicamente de considerarla una de los suyos, la parapetó en el Senado, como a tantos otros que en diversas fuerzas políticas han tenido que salir por la puerta falsa. Pero Rita Barberá era demasiado, ha personalizado demasiadas cosas para que el consolador silencio se posara sobre ella. Hasta el final ha sido víctima de la «cacería» de algunos periodistas y de sus propios compañeros. Algunos no saben callar cuando más les interesa hacerlo. Algunos pierden las formas sin necesidad. Algunos ejemplifican que el fariseísmo es atributo que jamás dejará de existir. Basta una inopinada y lamentable muerte para que de inmediato haga cumplido acto de presencia. Para que se les mire con hastío.

Y a todo esto, ¿qué había hecho Rita?: supuestamente «blanquear 1.000 euros, no para metérselos en el bolsillo sino para su partido». ¿Eso es una vida marcada por la corrupción? Deberíamos ser un poco menos puritanos. Es decir, un poco menos fariseos. Es decir, un poco menos hipócritas.