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Marc Llorente

Apuntes afilados

Marc Llorente

Tragicomedia de la política

ivinas palabras oímos sobre derechos humanos, aunque no se transformen en hechos. Esa es la ruta. La precariedad y las clases dominantes no pertenecen solo al esperpéntico ayer de Valle-Inclán. Pintan un presente con tonos grises y dibujan un horizonte que no despierta ilusiones. Otra historia provocaría inestabilidad y grandes problemas. La fuerza del sino de Don Álvaro, según el Duque de Rivas, le empuja hacia el abismo, en el que hay mucha gente de ahora situada en él. Cayendo o lanzándose. El alcalde de Zalamea, en 1581, y Calderón de la Barca defendían el honor. Hoy presumen de él señores y señoras que tienen siluetas oscuras y guantes blancos. Puede ser que toda la vida sea sueño y que los «sueños, sueños son», dice Segismundo. Sueña el que afana y pretende, el que agravia y ofende con este (des)orden establecido que produce pesadillas en las cocinas de muchos. Al viejo avaro Harpagón, de Molière, solo le preocupa el estado de salud de su caja de caudales, el único amor que tiene. El mismo culto al dinero de tantos tipos que amasan su fortuna desplumando a los demás. Hubo un burlador en Sevilla, aquel pendenciero galán, de apellido Tenorio, que se pasa de la raya constantemente, de la misma forma que algunos exhiben su estoque contra la población. Merecen ese portazo en las narices que Nora, de Ibsen, atiza a su marido cansada de ser su muñeca. Sin rumbo, huyendo en una fría noche, pero alejándose de una hiriente rutina. Así es el gran teatro del mundo donde el autor maneja una representación cuyos intérpretes son las personas. Cada uno asumiendo su personaje. Y premio (o coz) para el que actúe bien. Unos se jactan de su poderío y otros lo sufren. Recuerden a Lope de Vega con lo de «Todos a una, como Fuenteovejuna». La vara de mando de Bernarda Alba, de Lorca, y el bastón de los queridos mandamases. Intereses creados en busca de beneficios, una realidad que Benavente ya señaló evocando los comienzos del siglo XVII. Y la ambición desmesurada de Macbeth, al estilo de Shakespeare, o de tantos individuos que no son el perro del hortelano. Comen la berza y no quieren que la coman.

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