La reciente campaña electoral en el país más poderoso e influyente del mundo nos ha dejado titulares instalados en la retórica misógina de una enorme transcendencia social, pues el denominado lenguaje PIC (políticamente incorrecto), muy del gusto del momento, pone en evidencia la enorme fragilidad de los avances en materia de igualdad entre mujeres y hombres y, en particular, el contexto cultural e ideológico que alimenta la violencia contra las mujeres.

En 2005, al candidato electo se le grabó la siguiente declaración: «Me atraen las mujeres bonitas automáticamente. Las comienzo a besar, es como un imán, no puedo ni esperar (...). Cuando eres una estrella, [las mujeres ] te dejan hacerles cualquier cosa. Agarrarlas por el coño. Lo que sea». Se le excusó con distintos argumentos, a pesar de que el propio protagonista no solo no se ha retractado sino que presume de ello.

Estremece pensar que quien liderará en los próximos años la agenda política internacional tiene en tan poco valor a la mitad de la población: a las mujeres. Es desgarrador constatar el escaso avance que en el ámbito de las ideologías y la cultura se ha producido en relación a la posición y consideración de las mujeres. Sobrecogen las declaraciones como la recuperada tanto por sus términos como por el enorme apoyo social que han recibido. Y es evidente el por qué hoy continúan siendo necesarias campañas de sensibilización contra la violencia de género.

Está claro: cuando las barbas de tu vecino veas cortar, pon las tuyas a remojar. No es cierto que sea cuestión de «tiempo»; que el tiempo corregirá los desequilibrios entre las mujeres y los hombres; que con el tiempo el número de mujeres víctimas de violencia de género decaerá. No es cierto que el tiempo lo cure todo. Son necesarias, y a las pruebas me remito, no solo medidas activas promovidas por los distintos ámbitos a favor de la igualdad efectiva entre las mujeres y los hombres, sino también, que la ciudadanía las exija.