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Puertas al campo

Enfermo PSOE

No hay duda, sobre todo desde primeros de octubre, de que el PSOE está enfermo, aunque no haya acuerdo sobre el carácter exacto de tal enfermedad y se discrepe en el diagnóstico e incluso sobre cuándo se enfermó exactamente. Lo que aquí sigue es un intento de poner en orden, desde un punto de vista médico, las cosas que he leído. Carezco, pues, de una analítica del enfermo de la que me pueda fiar. No dispongo de análisis de sangre (que la ha habido, metafóricamente hablando), ni de rayos X (visión desde dentro) y ni se me habría ocurrido hacerle un análisis de heces (ya hay suficientes en los medios). Escribo para aclararme y, consciente de mi carácter doblemente periférico, sin pretender influir sobre la realidad, mucho menos ofreciendo remedios esplendorosos... e inaplicables.

Comencemos por los síntomas: evidente pérdida de votos y de militantes, divisiones internas que llegan al desgarro, remedios caseros que parece que han sido peores que la enfermedad, descrédito y una conciencia generalizada entre muchos de sus miembros de que el partido está en crisis profunda, cosa que se convierte en parte de la enfermedad al tiempo que la agudiza si no se presentan terapias. ¿Enfermedad terminal, transitoria, de adaptación a las nuevas circunstancias, producida por un agente externo conspirador, endógena, senil? Difícil es saberlo. Lo que no parece es que sea una enfermedad asociada con el crecimiento.

Antecedentes: Los ambientales son conocidos y tienen que ver con los problemas de las socialdemocracias europeas a los que me referí en estas páginas la semana pasada. Ya sé que el Partido Demócrata estadounidense no es socialdemócrata, pero no deja de ser curioso que se esté hablando de la necesidad de «refundarlo». Los antecedentes temporales de esta enfermedad, desde un punto de vista local, también son conocidos: desde el «OTAN de entrada, no» de González a la reforma constitucional de Zapatero hasta llegar a Sánchez y sus complejas y sintomáticas relaciones con la agrupación socialista madrileña, con algunos líderes regionales y con los otros partidos.

Diagnóstico: Desconexión respecto al posible electorado, cosa puesta de manifiesto no solo en las elecciones. Además, pérdida de capacidad de maniobra por merma de poder. Finalmente, la «férrea ley de la oligarquía» como llamaba Robert Michels (un clásico) a la tendencia de las organizaciones a dedicar más tiempo a mantenerse que a alcanzar sus objetivos. El efecto de estos tres factores es una lucha interna por el poder de la que no son ajenos elementos mediáticos, personales y empresariales, más o menos externos, actuando con buena o mala voluntad. Evito los nombres.

Pronósticos graves: por un lado, «pasokización», es decir, paso a la irrelevancia política a medio plazo como sucedió con el PASOK griego o, si se prefiere una versión peor, con el PSI de Bettino Craxi. Por otro, «podemización», o sea, huida hacia adelante con resultados que pueden llevar a lo anterior. Encajan con las dos estrategias frente al PSOE del partido Podemos que difieren en los medios, pero no en los fines: hacerlo irrelevante por aliado del PP o destruirlo por innecesario en la izquierda que ya tiene quien ocupe tal territorio. No se ven signos de vuelta a una «normalidad» con visos de estable y prometedora. Desde esa perspectiva, es difícil sustraerse a la impresión de que el enfermo se agrava y hay quien piensa que está entrando en coma gracias a la irrupción de los barones (con intereses propios que reflejan las diferentes situaciones presupuestarias) e imposición de una Gestora que algunos juzgan como caballo en cacharrería y a la «huida hacia adelante» por parte de Sánchez.

Terapias: Son muy sencillas sobre el papel, aunque los mecanismos de defensa freudianos, que no son una solución, aparezcan de vez en cuando (racionalización, fantasía, regresión, represión, desplazamiento, sublimación etcétera). Veamos: lo primero es, partiendo de un proyecto unificador (aunque sea mentar la bicha, «proyecto, proyecto, proyecto»), encontrar un líder que unifique a la organización, no que la divida todavía más agravando la enfermedad. El segundo, es encontrar al enemigo apropiado, que es también un elemento unificador (recuérdese que el desgarro y la desmoralización forman parte de esta enfermedad).

Cierto que el enemigo puede ser interno para lo cual se precisa encontrar un chivo expiatorio, como se ha intentado, pero un enemigo externo cumple mejor ese papel «terapéutico» El recurso al enemigo interno no parece que unifique al conjunto sino que, más bien, sirve para afianzar a algunos grupos de poder internos... y, obviamente, aumentar el desgarro.

Así lo veo. Quizá me equivoque.

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