Se llamaba Rosa, tenía 81 años y murió hace pocos días en Reus, en un incendio de su casa provocado por las velas con las que se iluminaba al tener cortada la luz por el impago de los recibos desde hacía varios meses. La empresa suministradora del servicio de electricidad, Gas Natural, acusa al ayuntamiento de no haberla comunicado la situación de vulnerabilidad de la anciana y el consistorio reprocha a la empresa el haber realizado una suspensión irregular del suministro eléctrico que impide la normativa catalana al no comunicarlo previamente a los servicios sociales municipales, requisito exigido por la Ley 24/2015 de medidas urgentes para afrontar la emergencia en el ámbito de la vivienda y la pobreza energética en Cataluña. Mientras tanto, el Gobierno de Rajoy ha estado trabajando con esfuerzo para ver en qué Comisión del Congreso de los Diputados colocaba al exministro del Interior Fernández Díaz para que pudiera cobrar algunos miles de euros más al mes, al tiempo que anunciaba que cumpliría a rajatabla el recorte de 5.500 millones de euros en los presupuestos para el próximo año. Es decir, lo habitual en un país y en unos gobernantes que hace tiempo han perdido el alma y viven de espaldas al sufrimiento de tantos.

Desde que estalló este disparate que llamamos crisis ha habido otras muchas Rosas a lo largo y ancho de todo el país, con otros nombres y el mismo final, que han muerto en otros incendios de sus viviendas provocados por braseros de carbón, sin recibir la atención médica y farmacéutica adecuada, ateridos de frío al carecer de calefacción, esperando tener una ayuda a la dependencia que nunca llegó, en alojamientos infames e insalubres, por suicidios ante la desesperación en la que se encontraban sus vidas. Y mientras todo esto sucedía, la Troika (el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea) no ha parado de pedir y exigir más recortes y ajustes sin importarles el avance de la pobreza, de la miseria y el sufrimiento entre la población al tiempo que nuestros gobiernos no han dejado de aplicar obedientemente estas recetas tan dañinas que numerosos economistas denominan «economía del fracaso».

Una sociedad en la que abuelos mueren en incendios por tener la electricidad cortada al no poder pagarla ante la indiferencia de empresas y gobernantes es una sociedad enferma, donde la crisis económica que atravesamos es también una consecuencia de la crisis moral que vivimos, ignorando y despreciando el sufrimiento y la vida de las personas. ¿O es que han escuchado alguna vez palabras de preocupación a nuestros presidentes del Gobierno, ministros o autoridades europeas ante el sufrimiento extremo que padecen miles de personas como consecuencia de sus políticas?. Y es que esa completa falta de empatía de nuestros gobernantes con la desolación que viven tantas personas en nuestras sociedades como consecuencias de las políticas de ajuste llevadas a cabo es sobrecogedora y ha deshumanizado por completo la política.

Si algo hemos aprendido a lo largo de estos años de crisis global que desde 2008 atravesamos es que las políticas de austeridad matan porque las políticas de recorte y ajuste aplicadas con saña desde entonces están teniendo consecuencias fatales, agravando los efectos económicos de la recesión, suprimiendo programas sociales clave justamente cuando más se necesitan, extendiendo el paro al tiempo que obstaculizan todavía más la recuperación. Cuando la ideología se disfraza de decisiones económicas, tasas de crecimiento y déficits presupuestarios por encima de la vida o la muerte de las personas, abandonando a los más pobres a su suerte, estamos construyendo una sociedad enferma, sometida a la barbarie de las leyes del mercado, un mercado que como señaló el economista David Anisi, no da respuesta a las necesidades humanas ni a la pobreza sino únicamente a aquellas respaldadas por el dinero.

Son cada vez más las voces de prestigiosos economistas como el premio Nobel, Joseph Stiglitz, que señalan cómo la austeridad solo ha conseguido paralizar el crecimiento económico en Europa sin detener el aumento de la deuda pública, generando un incremento de las desigualdades tan preocupante que hará que la fragilidad económica se mantenga, disparando las tensiones sociales y el sufrimiento de las personas en situación de desempleo y pobreza que persistirán durante años.

Sin ir más lejos, España ha retrocedido diez puestos en el IDH (Índice de Desarrollo Humano) desde el inicio de la crisis, pasando de ser el tercer país del mundo en esperanza de vida al puesto decimotercero, al tiempo que la tasa de suicidios ha aumentado un 20% en el mismo período. Un balance de catástrofe social al que se suman abuelas como Rosa, que se acuestan a la luz de las velas con el miedo de acabar como ella, siendo víctimas mortales de la austeridad.

@carlosgomezgil