Que los referéndums los carga el diablo es sabido. Dejando de lado los que organizan las dictaduras en que salen más votos a favor que electores, en las democracias los referendos concitan todas las fobias contra el poder. Es la ocasión de castigar al que gobierna, al que propone la consulta, o al que lo representa, rechazando la propuesta sin más razón que esa, y apelando a los sentimientos, al miedo al diferente, a la identidad nacional o étnica. Luego se busca la escusa de mayor o menor peso, y si no la hay se inventa.

El «Brexit» ha sido un exponente de la demagogia, mentiras, populismo, de la derecha británica encabezada por el UKIP (Partido Independiente del Reino Unido) y el trilero de Nigel Farage que tras ganar el referéndum presentó su dimisión, reconoció sus mentiras de campaña y se quedó tan pancho. Ahora ha sido recibido por su admirado admirador Donald Trump, de quien aspira a ser su «embajador» en Europa. Vamos el facilitador del acceso al presidente electo. Un cargo sin nómina, pero seguro que rentabilísimo. Y el embolado del «Brexit» atascado entre el Parlamento y Downing Street. La nueva primera ministra May no sabe cómo abordar el tema y aprobar -invocando el artículo 50 del Tratado de la Unión- oficialmente la salida del Reino Unido de la Comunidad Europea. Los laboristas británicos también tienen su parte de responsabilidad por omisión, o sea por abstención. Debe ser la moda en la socialdemocracia, asumir las responsabilidades poniéndose de lado. Con tal de castigar al conservador expremier Cameron han dado una patada en el trasero de los británicos. Algo similar han debido hacer los seguidores de Bernie Sanders para lo que Hillary Clinton no era buena candidata; no pensarían que Trump era mejor, pero la alta abstención entre los votantes demócratas ha sido una patada a Clinton en el trasero de los norteamericanos y del resto del mundo. De la abstención del PSOE aquí, los efectos los notaremos nosotros pronto. Los británicos, de Oxford para más señas, tan políticamente correctos ellos, llaman a los resultados de estos casos «posverdad» para referirse a «las circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal».

En Colombia los expresidentes Pastrana y sobre todo Álvaro Uribe, competidor político directo del actual Juan M. Santos, jugó a favor del «no» en el referéndum para el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC. Los voceros del «no» presentaron como una rendición que pondría en peligro el sistema institucional y ningún guerrillero iría a la cárcel -tampoco los paramilitares que Uribe obvió- y apelaron al miedo a la presencia política de las FARC. Una abstención del 60% dio la victoria al «no» y rechazó un acuerdo que había supuesto años de negociación, después de medio siglo de guerra y millones de muertos. Una situación de violencia que ha cercenado las posibilidades de mejoría económica de Colombia, cuando el resto del continente ha vivido un principio de siglo con una expansión económica desconocida.

Los gobiernos demócratas de EE UU han propiciado la instauración y consolidación de las democracias en Latinoamérica al alimón con los gobiernos socialistas en España, González primero y luego Zapatero. En cualquier caso rompió con las tradicionales políticas militaristas de EE UU. Por eso, porque esa política exterior intervencionista puede volver con Trump, la puesta en marcha del Acuerdo, revisado, de Paz es de una urgencia dramática. Sin el apoyo de Obama y con Trump en la Casa Blanca el acuerdo estaría muerto.

A favor del «Brexit» o de Trump han votado los que más temían -no los que más lo estaban- verse afectados por la crisis o por la inmigración: blancos, los de ingresos más altos, más hombres que mujeres, pensionistas y mayores de 55 o 60 años. Los votantes progresistas votaron en contra del «Brexit» y de Trump. En el caso de Colombia votaron a favor del «sí» las zonas más próximas al conflicto, los que más lo habían padecido. En uno y otro caso, las posturas más reacias, las mantienen los que no están concernidos directamente ni por la crisis, ni por la violencia, ni por la presencia de extranjeros, pero que temen lo que pueda pasar, al distinto, al futuro. Es miedo. Ese es el sentimiento elemental que carga el diablo para conseguir la paralización de unos y la reacción de otros.