Aunque el propio Leonard Cohen anunciase hace apenas unas semanas que su final se acercaba, que estaba preparado para morir, la noticia de su muerte le ha cogido a uno por sorpresa. Sabemos que todos tenemos el mismo final pero tendemos a pensar que determinados nombres que nos han acompañado desde nuestra juventud van a estar ahí para siempre.

Su desaparición deja un profundo vacío en la música que no podrá ser rellenado. Si Leonard Cohen hubiese tratado de comenzar su carrera hoy en día lo hubiese tenido muy difícil. En estos tiempos en los que nos ha tocado vivir, lleno de productos de mercadotecnia y de consumismo basado en la inmediatez, la música reflexiva de Cohen y sus poemas hechos canciones serían objeto del más absoluto desdén por parte de las discográficas y las cadenas de televisión.

Perteneció Leonard Cohen a esa clase de cantantes imprescindibles -como también fue el caso de David Bowie- que resumen por sí solos una época y un lugar. Un tiempo -los años 60, 70 y quizá 80- en el que la literatura, la música clásica, la lucha política contra las dictaduras y todo lo que tuviera que ver con la cultura estuvo bien considerado. Nada que ver con la sociedad chabacana que se ha impuesto hoy en día en la que ciertos programas de televisión y las redes sociales están formando generaciones de adultos infantilizados.

Reconozco que llegué tarde a la música de Leonard Cohen. A pesar de que durante mi infancia solía verle, de vez en cuando, en alguno de esos buenos programas musicales de la televisión de los años 80 que desaparecieron poco a poco, y aunque me gustaba escucharle cuando alguna emisora de radio emitía una de sus canciones, no fue hasta mi veintena, a principio de los 90, cuando Leonard Cohen entró a formar parte de la banda sonora de mi vida de manera definitiva. Y en ello mucho tuvo que ver la película Caro Diario del director italiano Nanni Moretti. La vi en los cines Astoria de Alicante en el invierno del 94. En una de sus escenas Moretti conduce su Vespa negra de 200 cc por las calles de una Roma vacía en verano mientras se escucha I'm your man, una de las canciones más conocidas de Cohen. El flechazo fue inmediato. Aquella voz, aquella letra. Han pasado muchos años pero a pesar del tiempo transcurrido cuando conduzco mi coche por cualquier ciudad sigo recordando aquella escena de Moretti conduciendo su moto sin rumbo fijo. Incluso hubo un tiempo en que me la sabía casi de memoria. Cuando, con posterioridad, en mis viajes de juventud, caminaba por primera vez por alguna ciudad extraña para mí solía recordarla y tararearla.

Premiado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2011, con novelas publicadas, varios libros de poesía escritos y decenas de excelentes canciones, fue candidato al Premio Nobel de Literatura durante estos últimos años. Frente a un Bob Dylan cuya «obra literaria premiada» se reduce a unas cuantas canciones, su pose de estrella atareada y a su eterno disfraz de mendigo, Leonard Cohen sí que hubiese merecido ser galardonado con el más importante premio literario. Siempre elegante, con su eterno sombrero bien calado, su sola presencia reivindicaba el valor de la música y de la poesía en un mundo sometido al imperio de la imagen, el culto al dinero y a las marcas de ropa hortera.

Temas como Famous blue raincoat o Love itself dan cuenta del bajo nivel que tienen la mayoría de los grupos y solistas actuales, cuyas letras aburridas y mediocres tratan de ocultar detrás de arreglos instrumentales. Con apenas unos acordes, un piano suave y un coro de voces femeninas Leonard Cohen sabía crear una atmósfera como sólo sabían hacerlo los maestros del jazz John Coltrane o Chet Baker. En una de sus últimas canciones, Show me the place (2012), resumió su vida y su carrera musical: «Los problemas vinieron, salvé lo que pude salvar / Un hilo de luz, una partícula, una ola / Pero había cadenas así que me apresuré a comportarme».

Se hizo poeta gracias a sus lecturas de Federico García Lorca y a las tres clases de guitarra española que le dio un español errante en un banco de un parque canadiense. Al poeta granadino le rindió homenaje tiempo después en su canción Take this waltz.

Cuando Cohen supo que Marianne Ihlen, la protagonista de una de sus más conocidas canciones, estaba gravemente enferma, le escribió una carta de despedida: «Pienso que te seguiré muy pronto. Si extiendes tu mano creo que podrás tocar la mía».

Las canciones de Leonard Cohen habitan en un cuadro de Edward Hopper. Escuchar su voz pausada -apenas un susurro en su último disco- es como estar sentado, al atardecer, al lado de una ventana con vistas al mar mientras bebes vino blanco y acaricias rosas rojas.