En este páramo cultural y en esta estepa de justicia social que sigue siendo España donde, como antaño, parece ser el anticlericalismo remedio de muchos de sus males, viendo qué programas de televisión son los más vistos y qué costumbres las más seguidas, uno echa en falta que se haya olvidado en los planes de Enseñanza a los clásicos griegos y lamenta que leer la Biblia sea considerado sinónimo de carcamales y beatas.

Siempre me ha asombrado encontrar en las mesillas de noche de muchos hoteles de países europeos de honda tradición democrática y laicista, un ejemplar de las Sagradas Escrituras para leer algunos párrafos antes de irse a dormir. Ni en la España del nacionalcatolicismo vi algo similar.

Pues bien, Aristóteles, al que tanto acudo en mis escritos, sentenció aquello de que «el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios», a lo que, ante el panorama presente, añado algo sacado de Romanos, en el Nuevo Testamento: «Por medio de palabras amables y lisonjeras engañan los corazones de los ingenuos».

El nazi Joseph Goebbels, que de manipular voluntades con propaganda falaz sabía mucho, acuñó aquella otra frase de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad». Y como los extremos se tocan, sus antagónicos de antaño y hogaño nos machacan, fieles a sus premisas, con escenificaciones torticeras de la guerra civil donde, exactamente igual que en los tiempos de Franco, pero cambiando de lado a los protagonistas, hubo un bando bueno y uno malo; así de simple y de maniqueo. En esa línea se comprende eliminar a Calvo Sotelo del callejero alicantino. Era, eso sí, católico, monárquico y conservador, motivos se ve sobrados para que, como jefe de la oposición parlamentaria en 1936, recibiera dos tiros en la nuca tras su secuestro por parte de fuerzas supuestamente de Orden Público que también fueron antes a buscar a dos líderes derechistas, Goicoechea y Gil-Robles, que no estaban en sus domicilios.

Releer el Diario de Sesiones del 1 de julio de 1936 pone los pelos de punta. El diputado socialista Ángel Galarza le dijo al citado Calvo Sotelo: «Encuentro justificado todo, incluso el atentado que le prive de la vida». Según el nada sospechoso Salvador de Madariaga, ya en la sesión plenaria del 16 de junio, Dolores Ibarruri espetó refiriéndose también al líder derechista: «Este hombre ha hablado por última vez», frase ratificada por Josep Tarradellas que La Pasionaria, muerta conversa a la fe católica, según su amigo y camarada el padre José María Llanos, ha negado reiteradas veces que pronunciara.

El ministro socialista Indalecio Prieto acertó doblemente al decir, lo cual no era difícil pronosticar, cuando supo del asesinato de Calvo Sotelo, que «la lucha (guerra), de modo ineludible, comenzará pronto, dentro de días o dentro de horas». Tras el asalto a la Cárcel Modelo de Madrid el 22 de agosto de aquel fatídico 1936 para asesinar a los políticos presos, republicanos moderados, derechistas, falangistas y militares, aseveró: «La brutalidad de lo que aquí acaba de ocurrir significa, nada menos, que con esto hemos perdido la guerra».

Acabada ésta, Prieto reiteró en su exilio mexicano que condenó y seguía condenando el fusilamiento de José Antonio en Alicante cuyo nombre ha desaparecido por mor de la Memoria Democrática (?) como si la comunista protegida de Stalin en Moscú donde moriría en 1933 Clara Zetkin fuera muy demócrata y merecedora de una calle en esta capital.

La categoría literaria de poetas como Miguel Hernández y Rafael Alberti, no nos puede hacer olvidar el fervor que en su día profesaron por el dictador soviético. De él escribió el primero: «Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente, y la cárcel ahuyentan». El segundo, tras fallecer el que llamó padre, maestro y camarada, cantó: «No ha muerto Stalin. No has muerto. Que cada lágrima cante tu recuerdo. Que cada gemido cante tu recuerdo». Y no han sido condenados al ostracismo.

Sí se ha hecho con Manuel Machado, el «malo» de los dos hermanos. Su pecado, decantarse por el bando nacional y por encima de sus obras, eliminarlo por su loa encendida a Franco en el poema que tituló Al sable del Caudillo donde afirmaba: «De tu soberbia campaña, Caudillo noble y valiente, ha resurgido esplendente una, y grande y libre España».

Mejor suerte corrió Víctor Manuel, sí, el marido de Ana Belén, que también cayó en la tentación de alabar la figura del dictador ferrolano dedicándole una canción que grabara en 1966, una de cuyas estrofas decía: «Gracias le doy al gran hombre que supo alejar esa invasión que la senda venía a cambiar».

Lo dicho, ahora con palabras del refranero popular: Por la boca muere el pez y el hombre por sus palabras.