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Joaquín Rábago

Incógnita total

Al margen del sexismo y la xenofobia, de las intolerables mentiras y provocaciones del candidato republicano, Donald Trump, si los gobiernos occidentales preferían el triunfo de su rival demócrata era ante todo por su previsibilidad frente a lo peligrosamente errático del primero.

Los largos años de Hillary Clinton junto a su marido presidente y luego en el Gobierno como secretaria de Estado y en el Senado en representación de Nueva York tranquilizaban a gobiernos y, lo que hoy parece importar más, también a los mercados.

Con fama de halcón, Clinton podría, eso sí, haber endurecido aún más la postura de la Casa Blanca frente a Rusia a propósito de las crisis de Ucrania y de Siria frente al parecer de algunos gobiernos europeos. Pero no se le habría pasado por la cabeza, por ejemplo, poner en cuestión el acuerdo nuclear con Irán ni replantearse la relación de su país con la ONU o con la propia OTAN.

Y ahora esos gobiernos que apostaron por Clinton se encuentran, contra todo pronóstico, con un próximo presidente Trump y la perplejidad en todas las cancillerías es absoluta. Nadie sabe en efecto qué será de la política estadounidense durante los próximos cuatro años no sólo por lo totalmente imprevisible del carácter del republicano, sino también porque todo son cábalas sobre cuál puede ser su equipo. El Gobierno de Angela Merkel, que contaba como el resto de los europeos con la victoria de Clinton, contactó con un veterano como el exsecretario de Estado Henry Kissinger, a ver si le aclaraba algo, pero no logró aclarar nada.

Mientras tanto, en las capitales de todo el mundo se empiezan a hacer quinielas sobre a quiénes llamará próximamente Trump para que formen parte de su Gobierno y entre los nombres que más suenan está el del exalcalde de Nueva York, Rudy Giuliani. Éste actuó de telonero en muchos de sus actos de campaña y se dedicó a justificar toda la basura que el aspirante republicano arrojaba sobre su rival demócrata cuando no a echar más porquería encima.

Otro de los nombres que se mencionan y que no resultan tampoco demasiado tranquilizadores es el de Newt Gingrich, un agitador nato que encabezó la revolución conservadora de los republicanos en el Congreso y se pasó años denunciando el supuesto avance del socialismo de Estado bajo los demócratas. También se habla del teniente general retirado, Michael Flynn, ex jefe del servicio de inteligencia militar del país, la DIA, destituido en su día por Barack Obama de ese cargo, y que ahora sólo piensa al parecer en vengarse.

Sin que haya que olvidar al círculo familiar de Trump, sobre todo a su yerno, Jared Kushner, heredero de una de las familias judías más ricas de la Gran Manzana, que compró el periódico The New York Observer después de que su padre se viera involucrado en un escándalo. Por lo pronto ya ha nombrado a quien será su jefe de gabinete, Reince Priebus, un miembro del por él tan denostado establishment, y a quien será su principal estratega, Steve Bannon, procedente de la web extremista Breitbard News.

Y ha anunciado que podría expulsar hasta tres millones de indocumentados. Todo, como se ve, muy tranquilizador.

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