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Isabel Vicente

Un cuento chino

Mi abuela, la pobrecita, se murió negando que la tierra sea redonda. «Si fuera redonda y girara, a veces estaríamos boca abajo y nos caeríamos», aseguraba con un sentido común impermeable a razonamientos científicos. Como ella, hay personas que niegan la evolución de las especies, la llegada a la Luna o el cambio climático. Nada grave si eres una nonagenaria entrañable que se dedicaba a hacer ganchillo y a cuidar de sus nietas, pero terrible si depende de ti, en gran medida, la lucha contra el calentamiento global.

De todas las perlas que ha soltado Donald Trump durante la campaña electoral norteamericana, la de calificar de «cuento chino» el cambio climático me parece la más aterradora. Dado que no cree que haya ningún problema, no hay que hacer nada al respecto y por eso ya está estudiando la manera más rápida de que su país abandone el Acuerdo de París del cambio climático firmado por un centenar de países y suscrito por Obama, que hubiera supuesto una reducción del 30% de los gases invernadero emitidos por EE UU hasta 2025, un porcentaje nada despreciable dado que es el segundo país, tras China, que más contamina.

Al presidente electo norteamericano no le convencen los científicos. No cree que los gases tengan nada que ver con el aumento del nivel del mar en 23 centímetros desde 1880 por mucho que lo diga la Nasa, ni que un aumento de más de 2 grados centígrados de media de las temperaturas puede tener resultados catastróficos. Igual que mi abuela negaba que las imágenes que echaban por la tele de la Tierra vista desde el espacio fueran reales, Trump debe pensar que esos osos del Ártico desesperados por el deshielo de su hábitat son personas disfrazadas que saltan de trozo de hielo en trozo de hielo para fastidiar a la industria norteamericana.

Dicen los expertos del clima que pronto los efectos del cambio climático serán irreversibles. Ahora más que nunca es fundamental que la mayor cantidad de países posible impulsen políticas de protección medioambiental y que las empresas, por convicción o por presión social, sigan adoptando medidas contra el efecto invernadero para que sólo tengamos que acordarnos de Trump unos años y no toda la vida.

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