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Antonio Sempere

Teleobjetivo

En ocasiones, los criterios de la televisión pública a la hora de emprender proyectos no se entienden. Sucede con Teleobjetivo, que tras emitir 22 entregas cargadas de hiel, acaba de volver a la carga con nuevos reportajes que nos ponen los pelos como escarpias.

Teleobjetivo husmea por los sumideros de la miseria moral, mostrándonos cara a cara los perfiles menos edificantes de nuestra sociedad. Sin más fin que el de fabricar televisión de la que hiede. Morbosa. Fea. Gritona. Violenta. Desagradable. Esa que busca lo peor del ser humano para alentar los peores instintos de esos otros seres humanos que, desde sus casas, encuentran un placer culpable viendo todo lo que se ve.

La primera entrega de la nueva tanda, que gozó del honor de emitirse prontito, en el «prime time», se titulaba Convivencia imposible. Los reporteros, en cuyo pecado va la penitencia, puesto que ya es triste tener que caer tan bajo por lograr un plato de lentejas, nos mostraron con todo lujo de detalles los enfrentamientos que sufren unos vecinos de Bilbao con un clan. Más tarde nos trasladaron a un bloque de viviendas de Madrid en el que los vecinos cohabitan con pisos donde se ejerce la prostitución. El viaje concluyó en Torrox, donde una señora ejerce de reina del síndrome de Diógenes. En Teleobjetivo no quieren saber nada de sutilezas. Redactores, editores, guionistas, realizadores y director, todos a una, practican la máxima de que es mejor mostrar la herida, hurgando en ella desde arriba, desde abajo y desde los laterales, sirviendo en bandeja todo el detritus que se van encontrando por el camino. Cuanto peor, mejor. Estafas, robos, bandas callejeras. Todo ese mundo edificante mostrado en caliente y sin coartada posible. Más que la de arañar audiencia al precio que sea. En las antípodas de Repor. Teleobjetivo, un programa que jamás debió ver la luz en la pública.

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