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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

El príncipe

A los príncipes no les gusta que les den malas noticias ni que cuestionen sus actuaciones. Los que se encuentran a su alrededor oscilan entre el políticamente correcto que nunca le discute aunque jamás le dice la verdad, y el pelota más nauseabundo que es capaz de alabar su corbata aunque ese día se la haya dejado en casa. Pocas veces los príncipes se rodean de iguales, porque hay que tener mucha confianza en uno mismo para soportar mirarse constantemente en el espejo del otro, que habitualmente no da la imagen soñada y deseada. Cualquier príncipe que tiene una corte alrededor sabe que uno no es nada sin un equipo, pero frecuentemente prefiere equipos halagadores y no discutidores. Es la naturaleza humana, y a menudo también la testosterona del macho alfa, cuando es príncipe y no principessa. Por eso cada vez soy más de princesas siempre que no hereden las gónadas del macho, que de esas también hay.

De todos modos reflexionar sobre las relaciones de mando me ha llevado de nuevo a repasar «El Príncipe» de Maquiavelo, obra cumbre de la maldad y guía didáctica para obtener el poder y no soltarlo hasta que retiren el cetro de tu mano muerta. El ilustre Nicolás ofrece en menos de 150 páginas un manual de cómo utilizar al personal y cuándo deshacerse de él, al fin y al cabo todo está en función del caudillaje. Desde el «buenismo» imperante me parece un libro peligroso que justifica el asesinato, la violencia, la usurpación y la tiranía, pero visto lo visto no es tan diferente de las armas que emplea hoy la gestora del PSOE, o Rajoy o Iglesias o cualquiera que quiere ser cosa sin preocuparse de los cadáveres que pueda dejar en el armario. Por si les resulta de utilidad, ya que me he molestado en anotar el libro y subrayar con marcador fosforito, comparto con ustedes algunos principios de ese tipo tan inmoral y políticamente incorrecto; digamos un «Indignado Burgués avant la lettre».

A saber: «El que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la astucia o la fuerza gracias a las cuales se le ha ayudado» y luego señala que los peores enemigos son no sólo los que ha ofendido, sino también los que le han ayudado en la conquista, porque no podrá satisfacerlos como esperaban. Ante ello el florentino no se corta un pelo y señala la ejecución discreta como la vía más eficaz de deshacer el entuerto para enemigos y colaboradores. Quien haya estado en primera fila de los tejemanejes del poder reconocerá la verdad de otra frase de «El Príncipe»: «Los hombres cambian con gusto de Señor creyendo mejorar y esta creencia les impulsa a tomar las armas, pero luego la experiencia les dice que han empeorado». Santa palabra, ojalá algunos se hubieran aplicado el cuento.

Otra más que recomendaría a más de uno para que se dejase de niñerías y fuese al grano desde el principio: «Al apoderarse de un Estado todo usurpador debe reflexionar sobre los crímenes que le es preciso acometer y ejecutarlos todos a la vez. Las ofensas deben inferirse de una sola vez, para que, durando menos, hieran menos». Y respecto a la palabra dada, este proceder lo tiene muy aprendido en todos los partidos políticos, preguntad al PSOE o al PP: «No hay que cumplir las promesas cuando desaparece la causa que las forzaron (?) Aquel que engaña encontrará siempre quien se deja engañar».

Que el fin siempre, siempre, justifica los medios: «Trate pues el Príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados de todos, porque el vulgo se deja engañar por las apariencias y el éxito y en el mundo sólo hay vulgo, ya que las minorías no cuentan». No me digan que no les suena esta música del siglo XVI a los cantos gregorianos de los viejos políticos y de los nuevos conquistadores de los cielos que no tienen ningún empacho en mentir, alabar, halagar, prometer, parecer humildes y fingir que sirven al pueblo, cuando sólo les importa tomar la corona (y las prebendas que lo acompañan, desde la pasta gansa al coche oficial y las comidas gratis). Y que las minorías no cuentan para nada ya lo decía el guionista de «The Wire»: «La clase media, que se joda».

No me resisto a volver al principio porque soy estudioso por naturaleza y afición de las relaciones entre dioses y asesores: «Hay que evitar por todos los medios que nadie emita pareceres mientras no sea interrogado». Que las opiniones están muy sobrevaloradas y de ahí el famoso dicho que suele espetar el jefe a sus subordinados: «Yo a ti no te pago por pensar».

Pero si suponían que la cosa le había salido bien a Maquiavelo, sepan que perdió su empleo cuando llegaron los Mèdici y que a pesar de conspirar a modo y ser reconocido como un estratega del copón, murió a los 58 años un poco antes de que se expulsase del poder a la influyente familia florentina y sin que hubiese recuperado su puesto, a pesar de que «El Príncipe» iba dedicado a Lorenzo de Mèdici. Con lo cual Nicolás probó de su propia medicina (jejé) y como vulgarmente se dice ni pagado ni agradecido. Sic transit Gloria Mundi.

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