Las ciudades son organismos vivos, en constante evolución y transformación, sometidas a continuos cambios más o menos perceptibles pero de una enorme profundidad que el sociólogo Zygmunt Bauman denomina como «modernidad líquida». Las transformaciones sociales, los usos económicos y comerciales, los nuevos habitantes junto a los vecinos tradicionales plantean formas distintas de usar, vivir y disfrutar nuestras ciudades, apropiándonos del espacio para hacer cotidianidad y dotarle de identidad en eso que el geógrafo Henri Lefebvre definió como «el derecho a la ciudad», algo que exige también de nuevas formas de pensar, entender y responder a la realidad en nuestras ciudades bajo fórmulas más flexibles y ágiles.

En un mundo definido más por las incertidumbres que por las certezas, dominado por la provisionalidad, la transitoriedad y la escasez de recursos, tenemos la obligación de revitalizar nuestras ciudades entendiéndolas como espacios urbanos comunes para la convivencia que den respuesta a las distintas prácticas, usos y necesidades de sus habitantes. Pensar en la ciudad exige, por tanto, escuchar, mirar, entender e interpretar el pulso urbano que, como una melodía, compone una música continua cuya partitura ejecuta gente muy diferente y distinta, con distintas modulaciones, ritmos y tiempos. Y no debemos asustarnos de esa diversidad que, como sugería Heráclito, podía construir la armonía más bella a partir del enfrentamiento de las diferencias. Pero ello nos obliga a cambiar la escala de nuestras intervenciones sobre las ciudades, a mirarla, pensarla y comprenderla de manera crítica, poniendo en el centro del cuadro de mandos a las personas.

Desde esta perspectiva me parece importante empezar a poner encima de la mesa enfoques novedosos para intervenir sobre Alicante que, sin desatender las intervenciones tradicionales, puedan ayudarnos a comprender y responder mejor a los nuevos problemas que se plantean. Apunto tres de ellos, que sin duda podrían ampliarse a poco que miremos y pensemos de manera distinta sobre nuestra ciudad.

En primer lugar, llevamos años hablando de los problemas de pobreza, exclusión social, desigualdad y segregación espacial sobre los barrios de la zona Norte de la ciudad hasta el punto que es algo aceptado de manera generalizada. Y de hecho, desde el Ayuntamiento así como desde otras instituciones y organizaciones se vienen poniendo en marcha programas e intervenciones de distinta naturaleza y con diferentes recorridos en estos barrios. Sin embargo, la gravedad de la crisis económica que se ha vivido también en la ciudad y sus efectos perdurables sobre la población han llevado a que muchos de los problemas que vivían los barrios de la zona Norte de Alicante se hayan extendido como una infección sobre otras zonas limítrofes, desbordando así los límites en los que se concentraba la pobreza en nuestra ciudad. De tal manera que en los programas y discursos oficiales se habla siempre de una actuación preferente para reducir la pobreza y la desigualdad en lugares como Colonia Requena, Juan XXIII o Virgen del Remedio, olvidando que en estos momentos otros barrios cercanos atraviesan situaciones de deterioro social y urbano muy importantes, que se han acentuado desde el inicio de la crisis en 2008, sin que parezcan preocupar a nuestros responsables municipales. Hablo de barrios como Carolinas Altas y Bajas, Campoamor, El Pla, San Antón o Ciudad de Asís, por poner nombres y apellidos. Se trata de detener y reducir esos «cinturones de miseria» que empiezan a verse con demasiada claridad en la ciudad y de los que hablaba el urbanista Mike Davis.

En segundo lugar, creo que nuestros responsables públicos deberían de trabajar para reforzar los lazos emocionales de los vecinos con su ciudad, para aumentar el aprecio, el respeto, el cariño, la identidad y el orgullo sobre Alicante, frente al enorme desapego que se tiene hacia ella. La ciudad se usa pero no se quiere, se utiliza pero no se respeta, algo que tiene mucho que ver con problemas tan graves como la suciedad de sus calles y la falta de limpieza. No es sencillo, pero es importante.

Por último, hay que priorizar actuaciones pequeñas pero de enorme importancia para la vida de la gente como extremar la limpieza de calzadas y aceras, mantener el mobiliario urbano, atender los parques y jardines, cuidar los juegos infantiles, es decir, todo aquello que hace la vida mejor en la ciudad.

Estos días, trabajando con los informes de un pionero centro internacional llamado Copenhaguen Consensus Center que recoge propuestas de algunos de los mayores especialistas en materia de desarrollo, me detengo en recomendaciones muy sencillas y al mismo tiempo revolucionarias, como hacer el mayor bien posible con los menores recursos disponibles, preferentemente desde pequeños enfoques. Algo así habría que comenzar a priorizar en nuestras ciudades para hacer el mayor bien posible a los ciudadanos. Y Alicante lo necesita como el agua.

@carlosgomezgil