Si el acompañamiento «a la Brexit» ya incorpora guindillas mejicanas para dar sabor a cualquier plato incomestible, el principal no tiene pérdida, despojos y tripas de cerdo añejo sin limpiar, cráneos de mamba machacados con veneno incorporado en dosis no demasiado letales, manitas de coyote aprehendidos por espaldas mojadas en tránsito, algas fosforescentes de los bajos coralinos de Corea del Norte, huevas de esturión del Mar Caspio abierta en canal por Putin, y todo bendecido por un islamista chiíta de la ciudad santa iraní de Qom a modo de autorización censora de consumo conforme a la fe.

Dejando de lado el sarcasmo, si todos los habitantes de este planeta hubiéramos tenido la oportunidad de votar en el Reino Unido sobre la permanencia en la Unión Europea, y de votar en las elecciones americanas de ayer, no parece descabellado pensar que Cameron seguiría siendo el Primer Ministro y Hillary volvería a vivir por segunda vez en la Casa Blanca, esta vez sin becarias deambulando por las partes bajas; me refiero al despacho oval, no sean mal pensados.

Y les voy a dar mi experiencia personal de mis vivencias en Estados Unidos. Cada mañana, a las 8 en punto, todos los alumnos de cualquier High School americano nos poníamos en pie y 45 años después siguen haciendo lo mismo, mano derecha sobre el corazón dando comienza al rito diario de respeto a la bandera americana y a lo que representa.

Y aunque esto no explica todo, al menos sí una parte. América para los americanos. America first. Primero ellos, luego los demás, no a que los países emergentes utilicen una mano de obra de ínfimos costes destruyendo puestos de trabajo en casa, en definitiva, no a la globalización sino a la americanización. Nuevos tiempos.