Son curiosas las anécdotas que me suceden con los vasos de agua, y así voy otra vez a Madrid por razones de trabajo, en ese magnífico Tren de Alta Velocidad que comunica Alicante con la capital en poco más de dos horas, compartiendo mesa para cuatro viajeros, absorta en mis pensamientos y en la lectura, y aparece una señora que se sienta a mi lado, y deja sobre la mesa el bolso y un vaso de agua, que yo inconsciente y tranquilamente cojo y bebo hasta el final, que es cuando me doy cuenta, y al iniciar mis disculpas ambas nos miramos y rompemos a reír, hasta que puedo decirle con una sonrisa que no me di cuenta, y me pareció que el vaso era mío.

Y es que a veces las cosas no son lo que parecen me digo mientras vuelvo al artículo que estoy leyendo sobre el escritor portugués José Saramago, que fue Premio Nobel de Literatura, y en el que se proponen como alguna de sus obras especialmente recomendadas la que lleva por título Ensayo sobre la ceguera, en la que el autor refleja la constante lucha en la búsqueda de un camino hacia un mundo mejor, o la novela Caín, de la que se recoge su cita, que me parece muy acertada, de que la derrota tiene al menos algo positivo, y es que nunca es definitiva.

Y levanto los ojos y contemplando el paisaje por la ventanilla pienso en que las derrotas y los fracasos o las cosas en general pueden parecer en ocasiones lo que no son y así recuerdo esa historia en la que una señora espera que llegue su tren que lleva retraso, y compra una bolsa de galletas y se sitúa en un banco de la estación cuando a su lado se sienta un joven que mete la mano en la bolsa, coge una galleta, y sonriéndole se la come, y ella se pone a pensar en el descaro del joven que con deleite y tranquilidad continua cogiendo galletas y comiéndoselas, y entonces las miradas se cruzan y ofrece la bolsa a la señora que desconcertada coge galletas también, hasta que estas se terminan, y llega el tren y ambos suben, y cuando la señora en su asiento va a sacar su billete para el revisor, y al mirar en su bolso, se da cuenta de que su bolsa de galletas está sin empezar.

De modo que, vuelvo a Saramago, y a sus citas, y evoco esa suya tan conocida de que no todo lo que parece, es, y no todo lo que es, parece, aunque entre el ser y el parecer hay siempre un punto de entendimiento, que es cuando me levanto de mi asiento y decido acudir a la cafetería, pero antes, pregunto a mi compañera de asiento si quiere que le traiga a ella una botella de agua, y claro, me mira y sonríe también.