Como si se tratara de un episodio más de su programa El aprendiz, Donald Trump ha enseñado una valiosa lección y ha supuesto una severa cura de humildad para todos los estamentos de la política americana, para todos los analistas nacionales e internacionales y sobre todo ha propinado un duro golpe de realidad a la clase política mundial. Desde el miércoles y como diría en su programa; «están despedidos».

No es una frase baladí. El buenismo de Obama y su «Yes we can» ha demostrado ser una fachada, totalmente ineficaz a la hora de entender y resolver los problemas de la gente, pero imitado hasta la saciedad en Europa entendido como el nuevo «envoltorio» para lo de siempre (recordemos el «Si se puede» patrio y sus desastrosos resultados más allá de las formas). La victoria de Trump, es el triunfo final de una forma de hacer política que ha sepultado una apolillada y obsoleta clase dirigente que se enfrenta a dos únicas salidas:

La primera es marca de la casa. Echarse las manos a la cabeza y culpar al electorado de su ineptitud a la hora de votar. Las redes sociales podemitas no se han cansado de hacerlo desde las victorias de Rajoy y los demócratas han tomado el testigo. Esta actitud sin ápice de autocrítica y despótica en la convicción de que el pueblo es estúpido, es el principal síntoma de que la vieja «nueva» política sigue desconectada de la gente y condenada por tanto a morir.

La segunda actitud es la de tratar de ver qué ha cambiado en la gente, porque es evidente que Trump es el punto de inflexión de la nueva forma de entender la política y a los votantes. Trump no podía ganar, lo tenía todo en contra, desde los grandes lobbies de la comunicación, pasando por el multimillonario pero «progre» «Star system» de Hollywood y hasta sus vecinos y colegas de Wall Street. Desde los históricos del partido republicano, hasta una rival procedente de la administración nacional de los EE UU y casada con un expresidente. Lo que nadie advirtió excepto Trump, es que sus rivales representaban a la misma oligarquía de la que el pueblo estaba harto y tenerlos en su contra lo convertía automáticamente en aliado de las inmensas clases medias, a las que hablaba de forma soez e insolente, pero en su idioma. Si el sistema estaba en su contra es porque el sistema le temía y eso era bueno.

La moraleja es simple. Trump es un multimillonario que en principio representa lo opuesto al votante medio, pero ha logrado convertirse en el reflejo del sueño americano al enfrentarse a todo y a todos, a costa de su propia fortuna y perteneciendo a los mismos que están arriba. Un Prometeo moderno que habla para que le entiendan.

Nos guste más o nos guste menos, las reglas de la política han cambiado y estas mismas lecciones son extensibles a nuestro país. La gente está cansada de lo viejo, cansada de ver las mismas caras y a las mismas familias una y otra vez, cansadas de que le vendan lo mismo con otro paquete, desconfía de los grandes medios a los que percibe como lacayos del poder y seguirán a cualquiera que les garantice un cambio real.

Dicen que la diferencia entre un loco y un genio, se mide por sus éxitos. Desde el miércoles, Donald Trump ha dejado de ser un loco. Durante los próximos 4 años veremos en que se convierte, pero no cabe duda de que sea lo que sea nos ha demostrado que con el, todo es posible. Que comience el show.