Desde que en el año 2012 la Xunta de Galicia decretó la titularidad pública de la Fundación Camilo José Cela se inició un lento camino en orden a recuperar los años perdidos para la obra del último español galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Durante el periodo de tiempo en que esta fundación estuvo controlada por la viuda de Camilo José Cela, Marina Castaño, su ineptitud y desgobierno trajeron como consecuencia que numerosa documentación del escritor gallego, como manuscritos y cuadros de reconocidos pintores, llegase a estar en serio peligro de destrucción física.

A este cambio hay que sumar los esfuerzos llevados a cabo por su hijo, Camilo José Cela Conde, para tratar de revivir la importancia que tuvo la obra de Camilo José Cela en España y Latinoamérica y por intentar recuperar la figura pública de un escritor que desde poco antes de la concesión del premio Nobel se metió de lleno en una vorágine compuesta de revistas del corazón, declaraciones absurdas, mercantilización absoluta de sus apariciones y transmutación en su manera de vestir que le llevó a convertirse en una caricatura de sí mismo. Con este interés creó en el año 2010 la Fundación Charo y Camilo José Cela.

Con motivo del centenario del nacimiento de Camilo José Cela que se celebra este año, ha publicado Camilo José Cela Conde un nuevo libro sobre su padre. Me refiero a Cela, piel adentro (Destino) -que complementa a Cela, mi padre (Ediciones Temas de Hoy) que publicó en 1989- en el que el autor trata de restaurar al primer Cela; un Cela muy distinto, según afirma, del que se impuso tras abandonar en 1988 a su primera mujer, Rosario Conde para irse a vivir con la que sería su segunda mujer, Marina Castaño, primero a Guadalajara y después a Madrid.

Pero a pesar de los esfuerzos de Camilo José Cela Conde por borrar el recuerdo que se tiene de su padre subyace esa imagen chulesca y faltona que desarrolló a medida que se hacía mayor y a la que añadió un sorprendente cursilismo en su forma de vestir y un dejarse querer por la derecha política española que le llevó a enfrentarse con la mayor parte de los escritores más jóvenes.

La paradoja en la obra y vida de Camilo José Cela es que las novelas que le dieron la fama fueron luego las que le sepultaron en la historia de la literatura sin posibilidad de ser revisado por nuevas generaciones de lectores. Situado en el limbo de los manuales de literatura no ha logrado mantenerse en los estantes de las librerías a pesar de los esfuerzos que ha hecho la Editorial Planeta en los últimos meses editando en formato bolsillo un buen número de sus libros. Camilo José Cela es hoy en día un autor que no vende porque no interesa. ¿Por qué? Probablemente por una mezcla de varios factores. En primer lugar porque los que deberían ser sus principales valedores hace tiempo que le dieron la espalda; lectores de cierta edad que recuerdan sus años como tótem de las letras hispánicas y que terminaron hartos de sus boutades, sus groserías y su derechización manifiesta. También por la perniciosa influencia que tuvo Marina Castaño al conseguir que Camilo José Cela borrara los años que pasó en Palma de Mallorca en compañía de Rosario Conde y el hijo de ambos, su tiempo más fructífero en el que editó la revista Papeles de Son Armadans.

El estilo de Cela, carpetovetónico y acorde con el tiempo en el que escribió la mayoría de sus libros, tiene un muy difícil encaje en la forma de pensar de las nuevas generaciones. Corresponde el lenguaje de sus libros al tipo de sociedad que impuso la dictadura franquista. Una época donde cualquiera que no encajara en los cánones que el franquismo bendecía era objeto de burla.

Recuerda José María Ridao en su libro El pasajero de Montauban (Galaxia Gutenberg, 2003) el tratamiento despiadado que hizo Camilo José Cela de los protagonistas de su conocido Viaje a la Alcarria (1948) a los que describió como tontos felices que papaban moscas, pastores que fornicaban con su ganado, niños que defecaban en los tejados o lisiados con ingeniosos apodos. Debajo de una falsa campechanía recogía Cela en sus libros el ambiente de desprecio que hubo durante el franquismo contra el débil y el diferente, una tendencia al chismorreo y a la burla que perdura en nuestra sociedad.

Recuerdan sus primeros libros a Surcos, película dirigida en 1951 por José Antonio Nieves Conde en la que se describe a la gente del campo que se iba a vivir a Madrid como cafres e ignorantes a los que se engañaba fácilmente. Familias en las que se practicaba la violencia de género a la vista de todos sus miembros y en las que la violencia verbal y la humillación eran algo normal.

Es comprensible el deseo de Cela Conde por conseguir que en el imaginario español no quede el recuerdo de los «años oscuros» de Cela en compañía de su segunda mujer pero me temo que tiene un largo camino por delante.