Los blancos, por primera vez, se sienten esclavizados, excluidos, y hay que tener en cuenta que Abraham Lincoln murió asesinado en un teatro en 1865, como una venganza por su pretensión de derogar la esclavitud (España fue uno de los últimos países en derogarla: la reina María Cristina y Muñoz, su marido secreto, padre de su numerosa prole clandestina, estaban en el negocio). Sigamos, los blancos pobres de Estados Unidos ya no entienden en qué país viven. Obama disminuyó el paro de manera significativa, pero como en España, sus salarios disminuyeron y sus derechos laborales también: muchos trabajadores se vieron obligados a pactar sus condiciones de trabajo sin la protección sindical; a los inmigrantes les parece normal, es habitual, pero a ellos, los obreros blancos, no. La llamada globalización (con unos cien paraísos fiscales a lo ancho del mundo), les ha perjudicado, muchas industrias han cerrado sus puertas, y han sido desplazados en el trabajo (para eso están los trabajadores chinos y de otros países que han decidido aceptar un capitalismo siglo XIX, a cambio de monedas). Ante el terrorismo, estos blancos tan orgullosos (nadie logró invadirlos) se enfrentan a una guerra inesperada: la destrucción de las Torres Gemelas se les atragantó, los humilló y sienten que están indefensos, que en cualquier momento pueden sufrir un zarpazo. Es diferente a la guerra en Indochina, eso sucedía a miles de kilómetros de la patria, y no hubieran sido derrotados si no fuera por la participación de la Unión Soviética y China, y por «los traidores» que se negaban a luchar y se escapaban a Canadá.

Y si algo faltaba, los doce millones de mexicanos que han invadido el país, ocupando la mayoría puestos de trabajos que no les corresponde. Donald Trump no dudó en decir que estas personas venían a robar, violar, vinculados a drogas ilegales (tan consumidas en EE UU), y agregó que algunos eran buenos. ¿Cuántos de los doce millones son buenos para Trump? Por otra parte, el candidato republicano amenaza con expulsarlos y construir un muro como el de Berlín y que lo pague México. La Norteamérica profunda, muy profunda, lejos del Atlántico y del Pacífico, vive esta situación como una indeseable invasión, además, esta gente, que viene de países subdesarrollados, tiene la costumbre de tener muchos hijos. Algunos estudios indican que a mediados del siglo XXI Estados Unidos no podrá ser considerado como un país de blancos, serán minoría. Esta posibilidad no la pueden soportar, y como nadie olvida nada, consideran una tragedia que en la Guerra Civil ganara el norte. Comprenden que Lincoln fuera asesinado y no soportan que Obama, ese negro con una esposa nieta de esclavos, estuviera en la Casa Blanca ocho interminables años. Dudan de que naciera en la patria, quizá lo hiciera en Kenia y sospechan que en la intimidad es musulmán. Habría que desinfectar la Casa Blanca.

No debería sorprender que Trump lograra convertirse en el candidato republicano. Hitler se convirtió en canciller de Alemania, pero al menos, no logró la mayoría absoluta. Finalmente: el Partido Republicano tiene que reflexionar, y también el Partido Demócrata. La desigualdad económica y social provoca la aparición de un Trump. Algo parecido está pasando en Europa.