Desde que comenzó la crisis socialista no he intentado más que dar, cual Diógenes el cínico con su lámpara, con un pensamiento algo lógico y racional que arrojara algo de luz entre tanto marasmo, lucha de poder soterrada y posiciones encontradas y creadas muchas veces de manera ficticia, y tengo que decir que uno de los pocos faros con los que me he encontrado son los razonamientos de quien hace casi veinte años fuera elegido por la militancia socialista en primarias como candidato a la presidencia del gobierno, para caer luego decapitado por los poderes fácticos de su partido y arrojado al abismo de los derrotados.

Por aquel entonces era demasiado joven para votar a Borrell, aunque recuerdo perfectamente el episodio, y las lagunas que tenía han sido rellenadas por las hemerotecas y videotecas, de tal manera que al verlo tenía la sensación que la historia se repetía casi de manera cíclica en el Partido Socialista. Un columnista ha escrito de manera cariñosa que lo he santificado, no creo que sea así, por cuanto que hace tiempo de buscar santos y perfección, mucho menos en el mundo de la política.

El pensamiento de Borrell comenzó a atraer mi atención con el libro Las cuentas y los cuentos de la independencia (Catarata, 2015), donde junto a Joan Llorach, desmonta con precisión matemática las falacias vertidas desde las fuerzas independentistas, que han llegado, en colaboración con los nacionalistas conservadores, a dividir a la sociedad catalana, culta, avanzada y tolerante en prácticamente la mitad. No es verdad que Cataluña recibiría al día siguiente de una futurible independencia 16.000 millones de euros (cifra inventada por el señor Oriol Junqueras), ni tampoco que España sustraiga a Cataluña más de la mitad de los impuestos que pagan los catalanes, ni que en Alemania se impongan límites a los déficits de las balances fiscales de los landers. Pero este es otro asunto que sólo se salda bastante con la lectura del citado libro.

Volvamos a la crisis socialista. Tanto en las entrevistas televisadas como en la última realiza en El Mundo, Borrell ha ido dando algunas claves para solventar una crisis en un partido con 137 años de historia que si no se solventa, pueda acabar en la irrelevancia del mismo. En primer lugar está claro que dicha solución sólo puede darse en un Congreso extraordinario, pues la actual gestora, creada de manera ha hoc por el último Comité Federal carece de competencias estatutarias (ni siquiera se reconoce la creación de la misma en los Estatutos Federales) para solventar los mismos.

Además, claro está, de la elección de un líder en primarias de verdad, será necesaria la renovación de arriba debajo de los órganos del partido. Será necesario en primer lugar de socializar la democracia intenta con la elección de miembros en los órganos superiores que no dependan de sus cargos públicos, para que le decisión que tomen en los mismos no pueda estar supeditada a la supervivencia en el mismo. Es lo que Max Weber, ahora que está tan de moda distinguir entre ética de la convicción y ética de la responsabilidad, diferenció a principios de siglo entre «vivir de la política» o «vivir para la política». Borrell dice en este sentido en la citada entrevista que «tiene voluntad de volver a trabajar para que el PSOE seleccione mejor a sus cuadros dirigentes», y que se ha de cerrar la crisis abierta entre dirigentes y militantes, entre otras cosas porque, y esto lo comentaba hace unos días con un diputado socialista, el militante tiene hoy en día la misma información que el dirigente.

Borrell tiene 70 años, los mismos que Hillary Clinton, pero seguro podrá aportar mucho más que muchos dirigentes actuales. En breve dejará su cátedra en la Universidad y dimitirá del consejo de Administración de Abengoa (ya he dicho al principio que no santificaba a nadie). Espero que muchos, como en mi caso, le escuchen.