Ya tenemos nuevo Gobierno. Bueno, más que nuevo, un Gobierno. España ha estado casi un año con un ejecutivo en funciones, lo cual testimonia el estado en el que se encuentra el país, dicho esto en término amplios. Menudo panorama.

Un Gobierno, presidido por alguien que no ha hecho nada para su formación. Lo único que parece haber guiado a Rajoy es minimizar los problemas internos de su partido y quedar bien con Europa. El presidente nunca ha dado muestras de tener una vocación renovadora, por eso ha dejado fuera del gabinete ministerial a los que se postulaban como los valores pujantes dentro del PP, llámense Casado, Levy, Maíllo y otros. Ha dejado la carrera de la sucesión para cuando los tiempos, por sí solos, lleguen. Lo que sí ha querido es dejar a las dos damas de hierro, Soraya y Cospedal, en un punto de equilibrio que las mantenga ocupadas en no hacer caer la balanza hacia el lado opuesto. En definitiva, es una situación extraña, por cuanto que Rajoy asume un poder absoluto en las filas del PP, ya que no tiene contestación interna, a pesar de no decir nada. Y ese es el problema más importante que atraviesa el PP: Rajoy es el que sostiene el discurso político, sin que haya discurso.

El PP se ha limitado estos últimos años a desviar la atención de los casos de corrupción que le acechaban, y le acechan, y a poner el foco de los problemas del país en el resto de partidos, pero no se ha preocupado, aprovechando su estancia en el poder, de elaborar un discurso. A la pregunta, por tanto, de qué va a hacer el PP en el Gobierno, la respuesta es fácil: lo que le diga Europa. Ese es su discurso y esa va a ser la razón para persuadir al resto de partidos con representación parlamentaria. En efecto, Europa es un factor determinante, y Rajoy sabe que ningún partido responsable puede ir en contra de sus dictados, más allá de algunas matizaciones.

Por tanto, el presidente seguirá ejerciendo de embajador de la Unión Europea en España, aprovechando la debilidad de todos los partidos, empezando por el suyo.

La novedad de esta legislatura es la minoría parlamentaria en la que se encuentra el Gobierno, que le va a obligar a pactar con otros grupos parlamentarios. Y no me cabe duda de que lo hará. No sólo el ejecutivo se encuentra afectado por esa debilidad, sino que también aqueja al resto de partidos. El interés de pacto en los partidos políticos reside, de manera subyacente, en la necesidad que tienen de ganar tiempo, y esa es la fuerza de Rajoy, que la ejerce sin descanso, esto es, dejar pasar el tiempo. Por este motivo, creo que la legislatura no va a ser tan corta como algunos auguran, aunque también creo que no llegará a cumplir el tiempo constitucionalmente previsto.

Dadas estas circunstancias políticas, todas las organizaciones necesitan tiempo. El PP porque ostenta la gracia del poder y le va a permitir hacer dos cosas: una, mejorar su imagen de partido dialogante y pactista, y, dos, acometer la sucesión de Rajoy. Si Soraya consigue resolver el problema de Cataluña, tendremos sucesora; en caso de que se enquiste, el gallego mirará hacia su tierra natal. El PSOE debe recomponerse, elaborar su discurso autónomo, alejado de determinadas influencias, y elegir los nuevos líderes capaces de representar una nueva época y de comunicarla.

También necesitan tiempo Ciudadanos y Podemos. El primero tiene que demostrar que es capaz de aportar algo en la política del país. Hasta ahora ha hecho bien su trabajo, ha impuesto medidas de reforma, pero si no asume el protagonismo de su ejecución será fagocitado por el voto útil del PP. Además, Ciudadanos debe abordar con urgencia durante esta legislatura el fortalecimiento de su organización, pues su fuerza descansa demasiado en su líder, Albert Rivera, y le puede pasar lo mismo que a su admirado Adolfo Suárez.

Podemos se ha visto beneficiado por el tiempo. Primero, atrayendo a los descontentos por los efectos de la crisis y, después, conciliando a los que han presenciado la imagen débil de las instituciones a lo largo de este año. Sin embargo, Podemos es una organización trufada de personalismos, cuya tensión se hace cada vez más patente y autodestructiva. Necesita, por ende, tiempo para unificar el discurso que le permita identificarse frente al resto de partidos.