Bien. Vamos para allá. Decreto lingüístico para que sea el valenciano el idioma en el que las administraciones atiendan preferentemente al administrado. Es decir, el empleado público deberá usar el valenciano como lengua en la relación con la ciudadanía. Y si no sabe, pues se le enseña. Y si aún no aprende, pues se le enseña otra vez. Y si sigue el ceporro sin enterarse, pues yo qué sé, a galeras. Lo mismo da que haya nacido en Valladolid o que en su lugar de residencia no hablen valenciano ni los profesores de la materia. Todo sea por la normalización, que todos somos hijos de la gran Valencia, por mucho que nos empeñemos, faltaría más.

Los dos grandes sindicatos, UGT y CC OO aplauden felices y dichosos la aplicación de la Ley de Uso y Enseñanza en valenciano. Vale. Sus derechos serán por fin respetados, la invasión (no inmersión, no nos confundan) lingüística triunfará y esta Comunidad, tan distinta a las del resto de España, dará su primer paso hacia la independencia. Qué viva Zapata. Y Oltra. Y Ximo Puig. Y los nacionalistas catalano-valencianos. Per cullons, che. Y todo bien argumentado, que para eso están las leyes. Como dicen, hay que «formar a los funcionarios para que dominen el valenciano» y, al mismo tiempo, «ser conscientes de la realidad lingüística doble».

Pues bueno. Hablo por mí. Secretario de un sindicato en la Diputación de Alicante, el CSI-F, castellano-parlante por convencimiento, educación, formación, devoción, porque así me lo permiten la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía y, básicamente, porque me da la gana. Soy alicantino, hijo de alicantinos, ésta es mi honra. Y hablo en castellano. Y voy a seguir hablando en castellano hasta que me incineren. Pero, ¡ay, Carmela! Resulta que soy funcionario, un empleado público que sí que sabe hacer su trabajo y no mezcla la política con la realidad, que atiende y se entiende con el que le paga el sueldo en el idioma, lengua o medio de comunicación que se tercia. Y que hace esto para que la labor sea la acertada y el ciudadano, alicantino, inglés, alemán, de Xeste, un marinero filipino o de Orihuelica del Señor, reciba de mí, su empleado, el trato y el respeto que se merece.

Entonces. Si lo que se pretende con esta medida es generar problemas, entorpecer la labor de las administraciones y dificultar la maldita burocracia, éste es el camino, los iluminados lo conseguirán. Pero yo me temo que los tiros van por otro lado, hay que llegar a Mordor. Y me explico. No basta con lo que yo, como padre, considero una imposición lingüística hacia mis hijos. Se les adoctrina desde niños y así, cuando alcancen la mayoría de edad, en unos años todo cristo a parlar en valencià. Miau. Les revienta el lanza misiles en los morros. Y otra vez miau. Ahora, a poner trabas en la reciprocidad de la comunicación. Invasión, imposición, nacionalismo, república independiente de Valencia para que Alicante y su provincia, ya por fin, sean las aldeas del sur que abastezcan al poder. Centralismo bananero a la máxima expresión.

Pues llamarlo objeción, llamarlo negación, llamarlo obcecación, llamarlo como os surja. En el legítimo uso de mis derechos ejercitaré la libertad de expresión hasta el máximo exponente. Continuaré haciendo bien mi trabajo, siempre me comunicaré con el ciudadano de la forma en que sea más fácil para él y también para mí. Pero que no me impongan algo que no pueden imponerme. Porque cuando uno se presentó a su oposición y la sacó en ningún sitio ponía como condición que debía saber valenciano. Repito. Soy alicantino hasta la médula. Y cada paso que dan los nacionalistas para conquistarme me hace más alicantino, más español y menos valenciano.

Por último, para despejar dudas. Sé valenciano, lo hablo y lo escribo. De hecho mantengo grandes tertulias con grandes amigos valenciano-parlantes. Ellos hablan en el idioma en el que se sienten más cómodos y yo en el que también me siento más cómodo. Y nos entendemos de vicio, no pasa nada. No es extraño. Veréis. Es que no nace de mí el usarlo, mea culpa. A lo mejor si me colocasen una pistola en la cabeza claudicaría ante la opresión. O quizás no. Me gusta aquello de que más vale morir de pie que vivir de rodillas. Sobre todo cuando el que me quiere subyugar ni vale, ni sirve ni puede hacerlo.

En un mundo global no se puede ser más torpe. Good bye, nacionalistas. Agur. Ciao.