Hoy se dirimirá la pugna entre la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump tras unos meses en que los escándalos propios de programas basura han primado por sobre las propuestas. Clinton y su marido siempre fueron una pareja oscura; sin embargo, la candidata, más allá de una cierta soberbia, acumula experiencia y su discurso se diferencia claramente del que ha protagonizado el multimillonario Trump. A más de presuntuoso ególatra (dijo que aportaría cien millones para la campaña y a ver quién le tose en cuanto al bolsillo), es un irredento machista como demuestran grabaciones de 2005 y declaraciones de algunas mujeres entre las que se cuenta su exesposa Ivana; pretende impedir que ingresen en EE UU inmigrantes ilegales: musulmanes, mejicanos... Respecto a estos últimos, propone construir un muro fronterizo como ya hiciera Bush en 2006 mediante ley que fue aprobada por el Congreso o, por no seguir, ha afirmado que el cambio climático es sólo un invento chino para disminuir la competitividad de la industria americana.

Estamos frente a un populista de extrema derecha incapaz de gestionar siquiera su propia inepcia y, frente a semejante individuo, sería de esperar la victoria cómoda de Clinton, aunque ello no pueda deducirse de unas encuestas que muestran escasas diferencias en porcentaje de voto entre ambos. Clinton tendrá de su parte a la mayoría de hispanos (más de 45 millones) así como a las minorías étnicas y muchas mujeres que, pese a su republicanismo, nieguen por razones obvias el apoyo a Trump. No obstante, dos son las variables que pueden lastrar el triunfo de los demócratas: por una parte, maniobras de sus oponentes para poner en entredicho la honestidad y buen hacer de Clinton; de otro lado, la idiosincrasia de una sociedad que se cuenta entre las más conservadoras del mundo desarrollado.

Se ha conocido la apertura y posterior cierre de nuevas investigaciones por parte del FBI (su director, Comey, militó en el partido de Trump) para conocer si, cuando secretaria de Estado, Clinton difundió información secreta a través de un servidor privado; vuelta sobre un tema que ya archivado, lo que huele a estrategia para deteriorar la imagen de Clinton con base en su falta de transparencia y, aunque ésta brille por su ausencia en el caso de Trump, un solo grano hará granero contra los demócratas, al que habrá que sumar una segunda dificultad. Porque no es solo al retrógrado simplón a quien Clinton deberá vencer, sino a los muchos millones que aplauden sus salidas por vibrar al diapasón de los miedos y zozobras que aquejan a buena parte de esa población WASP (blancos, anglosajones y protestantes), celosa de sus prebendas y que ve en cada reforma una puerta de entrada para los enemigos de su estatus. No conviene olvidar el obsesivo culto a las armas de un país con más de cuarenta millones de pobres, que produce el 25 % del CO2 del planeta y mantiene la pena de muerte en 35 estados.

En semejante contexto, los bien aposentados y la clase media tienen clara la distinción entre el «nosotros» y ese «ellos» a quienes Trump se propone mantener alejados muro mediante o cuanto se le ocurra, no fuera a ser que la pretendida reforma sanitaria de Obama terminara por subir los impuestos y otras medidas en parecida línea pudiesen hacer peligrar su bienestar, silenciando el hecho de que, tan cerca como en 2013, el odio del Tea Party a las políticas del entonces presidente situó a la nación muy cerca del colapso. Basta con mirar en derredor para comprobar que del manejo hábil de los estereotipos pueden derivarse mayores éxitos que los que procura el razonamiento; ésa es la perspectiva con la que Trump se maneja y no hace falta ser Casandra para presumir que, con los republicanos al frente, el país pretendería erigirse de nuevo en árbitro del mundo mundial para su propio beneficio.

Arrasar los valores democráticos no afectaría sólo a la población responsable del desaguisado, sino que implicaría a todos en una herida que podría tardar en curar. Por eso y todo lo anterior, es de esperar que se imponga el buen sentido y Clinton se haga con el Despacho Oval. Después habrá que ver para qué, pero de entrada y aunque pueda tildarse la opinión de simplista, que ocupe la presidencia por primera vez una mujer, tras ocho años con un negro al frente, refrendaría la sensación de que algo está cambiando allí. Y creo para bien, mal que le pese al Tea Party.