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Sonata de hastío

Me pongo a escribir en plena resaca de investidura antes de que se me desinfle la carótida o (como diría mi añorado Pepe Ferrer, que gloria haya) se me enfríe el agua del radiador.

Discursos ramplones, humo de pajas, cinco minutos per cápita de intervención, rápido, corre, conejo, corre, le damos el caramelito a Mariano y todos de puente. Crónica de una ignominia anunciada. Mucho estrépito y casi un año de martingalas y fuegos de artificio para que todo siga igual.

Discursos romos, castelares de chichinabo, amonestaciones de pacotilla y la acedía de la resignación mordiendo en el estómago de la fallida nueva España. Todos sabíamos el final de la película, y esperábamos los títulos de crédito y un fundido en negro con los compases de la sonata de «hastío». Qué hartazgo.

Hasta que entró Rufián filosofando a martillazos, soltando mandobles y repartiendo zurriagazos sobre todo a la siniestra. La siniestra Iscariote. Gabriel Rufián, más que hacer honor a su apellido oficia de niño zangolotino y pone cara de malote, ojos achinados y belfo fino cuando entra a matar con el estoque de verdad, con el fetén. Tengo para mí que dijo punto por punto lo que muchos decimos y diríamos en esa misma tribuna si nos dejaran. Cada vez que hay un desahucio con carga de Mamelucos, cada vez que alguien muere en el pasillo de un hospital, cada vez que alguien salta por la ventana, cada vez que se apedrea a gente que se debate entre la vida y la muerte en el mar, cada vez que le meten mano a las pensiones, cada vez que se pone trabas a la cultura y convierten los planes de estudio en una máquina de hacer analfabetos sin criterio, cada vez que se ponen impedimentos para despejar más de una equis, cada vez que matan a Montesquieu con una justicia de república bananera, cada vez que se gastan nuestro dinero en putas y mariscadas, cada vez que encumbran a estómagos agradecidos y cuñados, cada vez que media España llora para que la otra media se descojone de risa yo también digo «¡no os da vergüenza!»

Y se colma el hemiciclo de indignación y de popes rasgándose las vestiduras. «El partido socialista -le dicen- ha vertido sudor y sangre para que usted pueda hablar». Quizá no se dan cuenta los conspicuos iscariotes que a lo que el orador se refería es a que en nombre y en respeto a esa sangre y ese sudor no debieran haber facilitado el gobierno a los corruptos ni haber destazado un partido histórico que en su día fue obrero.

El escritor guatemalteco, Augusto Monterroso escribió el relato de terror más breve de la historia: «Cuando despertó, el dinosaurio aún seguía allí». Pues bien, muchos españoles entre los que me incluyo, cuando despertamos al día siguiente de la gran mascarada nos dimos cuenta de que el dinosaurio Mariano aún seguía allí salivándonos la oreja, mirusted.

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