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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

Siempre ha habido clases

Las últimas horas en que Rajoy se encontraba mascullando el plácet que recibiría del Congreso para seguir adelante con su tarea coincidió con que las calles se poblaron de afectados por la Lomce, sus reválidas y el mal nutrido sistema educativo que ha disparado la desigualdad en las aulas entre los diferentes territorios. En las prédicas de la investidura, el candidato se permitió el lujo de bromear con los eseemeeses enviados a un gentilhombre llamado Bárcenas y, sin embargo, no hizo alusión ni por asomo al premio fin de carrera concedido al inductor de la controvertida disposición para la presunta mejora de la calidad de la enseñanza con el traslado a París de ese toro enamorado de la Luna que es Wert. Cuando le fue concedida graciosamente la embajada de España ante la ocedeé por quien acaba de volver a jurar el cargo como prócer del Gobierno para guardar y hacer guardar la Constitución, ella ya estaba allí. La Consti, no; la moza de ese toro... Sí, Gomendio se lanzó al ruedo poco antes de la proclamación de su padrino in péctore de boda para trazar un perfil de por dónde camina la formación en el resto del mundo pero, en lo que a su país natal se refiere, dijo desconocer «la actual constelación de gobiernos regionales» y la «respuesta escolar, de las familias y del entorno social», aunque la directora adjunta de Educación de la ocedeé sí tiene claro que el éxito de los alumnos asiáticos está cimentado en el «esfuerzo». Es la «Ley mordaza» a la que se atienen el mandamás y sus enamorados especiales. ¿Para qué abrir la boca una pareja que se embolsa unos diez mil euros mensuales sin incluir gastos de representación, servicio, chófer, consejeros, diplomáticos a su servicio en una vivienda de 500 metros cuadrados por la lujosa avenue de Foch, paralela a los Campos Elíseos y por la que el Estado paga 11.000 euros al mes? Por favor, siempre ha habido clases y, aunque Casablanca embelese, esto acredita que Rick no es más que un pobre soñador porque, a la hora de la verdad, ya se sabe quiénes se quedarán con París.

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