Si alguno de ustedes dos albergaba la esperanza de que ya lo había visto todo, de que no le quedaba nada más por sufrir en este esperpéntico valle de lágrimas en que nos ha instalado el populismo emergente y comunista liderado por una élite de comisarios y comisarias políticos intransigentes, dogmáticos e inquisitoriales; si pensaba así, estaba equivocado. Todavía le queda mucho que ver y padecer. Pero no solo en la calle, no, sino también en los municipios, en las instituciones, en el mismísimo Congreso de los Diputados donde, sorprendentemente, sin que nadie lo impida, se ha instalado el rufianismo más bajo y miserable que hayamos conocido como forma de practicar la política parlamentaria. No se trata de negarle a los discursos del Hemiciclo la fuerza argumental de la que deben estar dotados, ni el molesto reproche dirigido al adversario por lo que se considera injusto, o la dureza formal y conceptual propia de debates apasionados. Tampoco se trata de privarle al Ágora Público de una retórica que puede y debe incomodar el sordo oído y la delicada piel de los políticos, acostumbrados a mirarse al espejo de la bruja de Blancanieves para gozar de su hermosura y de que sus paniaguados les digan lo listos que son. Aunque los recién llegados a la casta política prefieran escuchar cómo les sienta de bien la coleta y la mochila deliberadamente escorada hacia la eternidad revolucionaria, gracias al kit de la señorita Pepis que debe llevar todo progre y progra que se precie de tal. Por cierto, esos progres y progras llevaban antes El País -algunos incluso Le Monde, aunque no supieran francés- bien a la vista, pero me temo que ese «postureo» estético sea considerado hoy herejía relapsa -los de Podemos pueden consultar lo que significa en el libro «Ética de la razón pura» de Kant que posee en exclusiva el hermano Pablo-, el más abyecto pecado contra la ortodoxia revolucionaria, peor aún que el desviacionismo pequeño-burgués o el voluntarismo.

No, no se trata de eso, al contrario. Lo que resulta de todo punto inadmisible es que por mor del rufianismo envilecedor y los gestos de furia vitriólica (distinta a los cáusticos sonetos de Quevedo, deliciosos por inteligentes), de iracunda cólera de los podemitas cuando se sienten incomodados, nuestro Parlamento se asemeje cada vez más al Venezolano de Chávez-Maduro. Con el riesgo de que al final, rufianismo y populismo, acaben como en los parlamentos comunistas: todos de pie aplaudiendo al amado líder durante horas (Corea del Norte, China o Cuba) vestidos con uniforme de combate ideológico y suplicando al dios del ateísmo que las palmas de las manos salpiquen sangre en señal de abnegada devoción para con los órganos dirigentes. Una poética escenificación sobre la muerte de la democracia burguesa, del parlamento capitalista, a manos del rufianismo más pedestre y predecible para dar vida a la dictadura democrática proletaria (democracia orgánica), la que de verdad se sienta en cal viva.

Porque los nuevos caudillos de la democracia orgánica, investidos de un plus de legitimidad lumpen-proletaria, nunca son responsables de nada, hagan lo que hagan. Y como sólo rinden cuentas ante el ateísmo y la Historia, cuando se ven salpicados en múltiples casos poco éticos y estéticos, recurren a la consabida conspiración mediática. La culpa es de los medios de comunicación hostiles que no buscan informar a la ciudadanía, sino demolerlos. En realidad, lo que demuestran es su odio a la libertad de prensa, a la libertad de expresión. Por eso allí donde gobiernan -sea en modalidad de comunismo en un solo país o de populismo bananero- lo primero que hacen es controlar férreamente los medios de comunicación y, si no les gustan, proceder a su secuestro y cierre.

Esta semana conocíamos que uno de los incorruptibles líderes de Podemos, Ramón Espinar, fue agraciado por el tercio de libre designación con un piso de protección pública, dos plazas de garaje y un trastero en Alcobendas, donde no estaba empadronado. Espinar, sin tan siquiera habitar el pisito, lo vendió meses más tarde obteniendo un beneficio de 20.000 euros tras impuestos y gastos. Dice que no podía hacer frente a la hipoteca. ¿No lo sabía cuando le fue adjudicado? ¿Por qué en vez de devolver el piso aceptó esa plusvalía, palabra tabú de un buen marxista? Toda la casta podemita ha cerrado filas con el compañero acosado por la «máquina del fango», como llama Iglesias a la prensa hostil. Ramón, sé fuerte. Así es. Ramón ha pasado de la plataforma «Juventud Sin Futuro» a cobrar casi 60.000 euros anuales, según el diario ABC. Se entiende. Primero fue Errejón y su beca de la Universidad de Málaga; luego Monedero y sus 425.000 euros por la nonata moneda bolivariana; después Echenique cuando tuvo a un asistente sin contrato ni Seguridad Social; Venezuela, Irán? así hasta Espinar, que decía en twitter: «somos los hijos de los obreros que nunca pudisteis matar». Su padre fue consejero y vicepresidente de Caja Madrid; ahora, la Fiscalía Anticorrupción le pide cuatro años de prisión por el caso de las tarjetas black (somos los hijos de los obreros?). Esta es la nueva casta que se autoprotege a base de rufianismo y descalificaciones del fango. Y Pedro Sánchez, liberado de la amnesia, aún dice que se equivocó al llamar populistas a Podemos. ¿Sólo populistas, Pedro?