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Mercedes Gallego

El pacto necesario

No me resulta difícil ponerme en la piel de Yolanda Pascual, la última víctima de esa pandemia que se llama violencia de género. Una periodista que tras una cumplida jornada laboral regresa a casa cansada sin más objetivo que el de tumbarse en el sofá después de tomarse una cerveza disfrutando del que a buen seguro es a esas horas, al filo de la medianoche, el primer momento en calma del día. En tantas ocasiones he vivido en mis carnes esa escena que no puedo evitar imaginarme lo que estaría pasando por la mente de esta mujer instantes antes de que su expareja se interpusiera entre ella y sus anhelos y la apuñalara hasta causarle la muerte en el aparcamiento de su casa de Burgos. Una mujer que, como tantas otras que engrosan la lista negra de asesinadas por quienes en algún momento fueron el centro de sus vidas, convencida estoy de que no sólo era consciente del peligro que corría sino de que de sobra se sabía el protocolo a seguir. Unos pasos que, también como muchas en su misma situación, no dio y que tampoco es seguro que, de haberlos dado, y eso es lo más preocupante, hubieran evitado el fatal desenlace. Con el cuerpo de Yolanda aún caliente la secretaria de Estado de Servicios Sociales se apresuró a anunciar que el nuevo Gobierno tendrá como prioridad aprobar «un gran pacto de Estado» contra la violencia de género. ¿Cuántas mujeres hace falta que mueran para llegar a ese gran acuerdo? ¿Las cifras no lo hacían prioritario ya en anteriores legislaturas? Detesto tanto estas declaraciones grandilocuentes sin reflejo en soluciones concretas como esas concentraciones que sistemáticamente se convocan después de cada crimen sin que sirvan para mucho más que para colarse unos segundos en el telediario u ocupar unas columnas en los periódicos bajo el epígrafe de «repulsa total». De que urge abordar este problema en serio y en profundidad no creo que nadie tenga dudas. Con independencia de ideologías. Actuar en todos los frentes sin escatimar medios para erradicar esta lacra y combatir con dureza a los que se creen dueños de vidas ajenas. Sin olvidarse de aquellas mujeres que, aunque en minoría, capaces son de simular el maltrato sin percatarse de que con esa mentira están ayudando también a

incrementar la lista de fallecidas.

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