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Manolo Alarcón

La vacuna del espanto

Desde hace días, Sanidad lleva animándonos a que nos pinchemos contra la gripe y, entre los motivos que argumenta, uno que me llamó la atención -y mucho- fue que el 45% de los trabajadores del ramo de la Vega Baja se vacunaron en 2015. Vamos, que está orgullosa de ello cuando el porcentaje supone hasta seis puntos menos que el estrato de población de los mayores de 65 años, que alcanzó el 51%.

¡No me dirán que la cuestión no es curiosa! Sanidad no convence ni a la mitad de los suyos de los beneficios que tiene un pinchazo que, cuenten lo que cuenten, es de los más amargos que hay. Es cierto que dura un segundo y no hay prácticamente colas -en contra de todo lo que sucede en otros servicios sanitarios- , pero a cambio te llevas el brazo entumecido un par de días, si no tenías sensación de resfriado comienzas a tenerla -incluso algo de fiebre- y, en algunas ocasiones, y este es mi caso, pillas igual la gripe o peor porque, casualmente, el bicho muta tanto que ¡mala suerte!, con la cepa tuya no acertaron. Quizá ello explique por qué una buena parte del personal sanitario pase. Yo no quiero pensar que será por coger un par de días libres por la baja. Nooooo....

Tenía todas estas elucubraciones el lunes por la tarde, en pleno puente, mientras esperaba turno después de que el médico, sorpresivamente, cambiara la cita prevista desde hacía días a esa misma mañana para, supongo, irse antes y empalmar con el festivo de Todos los Santos -lo siento, ya se habrán dado cuenta, pero es que soy muy mal pensado-. «Como le llamamos por teléfono y no nos cogió, pues ha perdido la cita que se la habríamos adelantado», me dijo graciosamente la auxiliar que atendía tras el mostrador mis quejas, al tiempo que me ofrecía como solución llegar a última hora para ver si el de guardia me veía. No les engañaré, me sentí culpable de no haber visto esa llamada, pero entonces recordé la cantidad de veces que uno intenta comunicar con los centros de salud y no le cogen o comunica... Pues sí, allí estaba yo, esperando el turno y pensando en estas cosas en uno de esos centros en los cuales la gente tiene cara de tristeza, desde el primero al último, y donde parece que el tiempo no pasa. Y entonces, sólo entonces, descubrí que, en realidad, sí estaba vacunado, pero de espanto. Y que algunas cosas nunca cambian.

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