Era una bonita mañana de octubre de día laborable cuando, desde mi oficina que da a la calle, vi cómo dos matrimonios, claramente ingleses, descendían de su coche aparcando en ese glorioso invento llamado zona azul. Denominación esta engañosa, ya que debería ser zona de impuestos indirectos o zona de recaudación permanente.

No se percataron de las máquinas o no sabían del tema, lo cierto es que me quedé por decirles que pusieran moneda, pero se fueron rápido y no fue posible. En 15 minutos sucedieron cosas extraordinarias:

Pasó un señor y les puso multa, le hizo fotos al coche de alquiler, apareció una grúa, retiró el vehículo desoyendo mis palabras de que eran turistas y que el coche era de alquiler y que lo tuvieran en cuenta ya que llevaba allí tan solo unos minutos. La respuesta fue la adecuada, allí en el extranjero también nos multan a nosotros. Fantástico pensé: empate a estupidez internacional. Como no podía ser de otra forma la señora grúa cumplió escrupulosamente su función y en un alarde de eficacia dejó libre el lugar para que otro contribuyente pagará su correspondiente euro.

Al desaparecer el coche por la esquina, llegaron los dos matrimonios que contemplaban el triángulo naranja como si fuera un OVNI. Les vi, salí y hablé con ellos en mi inglés B1 (tocado y hundido) y les expliqué la situación. Me miraban entre aterrorizados y suplicantes y tomé una decisión que cambió mi día: les llevo yo, dije totalmente apardalao y sabiendo las consecuencias de mi decisión.

El viaje fue breve, supe que eran del countryside y que estaban en una casa de Castalla de holidays, eran majos. Al llegar al búnker donde se pagan las multas, le expliqué a las señoras que atendían tras el cristal que no hablaban español y pregunté si ellas hablaban inglés, esto les pareció ofensivo porque, evidentemente, el grado de desconocimiento idiomático era igual de los turistas en español que el de las dos señoras en inglés. Fantástico, volví a pensar: ciudad turística donde las haya.

Todo era susceptible de empeorar y así sucedió. El brillante y estricto cumplimiento de las normas hacía que fuera imprescindible presentar la copia del contrato de alquiler del coche. Pero ese contrato no estaba en el vehículo, estaba en su casa de Castalla. Yo repliqué que ante esta situación estaban acreditadas las personas, tenían las llaves del coche con la matrícula y su código que coincidía, curiosamente, con el coche que se hallaba en el depósito. Pero no, no había solución sin contrato. Ante mi petición de qué hacer y mi hipótesis de cómo estarían ellas si les pasara esto en Copenhague, Edimburgo o Pernanbuco, la actitud de estas personas pasó a la carga, diciendo que no les hacíamos ni puñetero caso y que podrían haber robado el coche (la verdad es que tenían toda la pinta, los pobres ingleses, de ser ladrones de coches de alquiler). Fantástico, pensé, sin duda son estas personas del servicio de la grúa las adecuadas para estar en este lugar; lugar donde todos acuden con alegría y esperanza y muy buen humor a pagar 106 si el coche no pesa mucho, más la multa, si eres extranjero la pagas sí o sí. Total 159 € de vellón.

La cosa se puso tensa, sin duda la culpa fue mía al requerirles alguna solución y ayuda a estas personas, los ingleses contemplaban atónitos la escena y me preguntaban de todo. Yo pensando en el destino turístico les decía: «Don't worry, spanish things».

Llamé a la compañía de alquiler y tras varias llamadas sin éxito encontré un empleado comprensivo que nos envió por correo una copia del contrato y pude solucionarles, al fin, el asunto. Los ingleses me besaban y hasta me daban 30 € agradecidos, no los acepté, solo les pedí quijotescamente que si encontraban a un español en apuros en su tierra le ayudaran.

Quiero desde aquí destacar el eficientísimo trabajo del señor de la ORA, de los empleados de la grúa, de las amabilísimas señoras del depósito, y de todos los responsables de este magnífico servicio que los ciudadanos sostenemos con nuestros impuestos, multas y esfuerzos. Hacen un gran trabajo por y para Alicante. En positivo.