Matteo Renzi, primer ministro italiano, acaba de presentar un proyecto presupuestario para 2017 en el que con una mano baja los impuestos a las empresas y con la otra promete mejorar las pensiones más modestas. La combinación parece encajar con el perfil ideológico que se atribuye al líder socialdemócrata de PD (Partido Democrático) italiano: la nueva cara de la llamada Tercera Vía, que principalmente el entonces primer ministro británico Tony Blair y el canciller alemán Gerard Schröder lideraron en un intento de construir el nuevo relato de la socialdemocracia europea, uno que venía a reconocer que el modelo de la segunda mitad del siglo XX, con el que prosperaron Europa y sus clases medias y ganó crédito durante buena parte de ese tiempo el papel del Estado en la economía (hasta el advenimiento de la revolución neoliberal de Thatcher y Reagan), no servía para el tiempo de la hiperglobalización.

Así que la Tercera Vía, presumiblemente con el propósito de actualizar el discurso ante el tránsito de la vieja sociedad industrial hacia lo que podía venir, centró (derechizó, más bien) la socialdemocracia: más mercado como receta para la creación de riqueza y un giro en la política de redistribución que ya no hablaba tanto de igualdad material como de igualdad de oportunidades. A Blair le fue relativamente bien en lo electoral (ganó tres elecciones consecutivas hasta 2007), pero el laborismo posterior avanzó hacia el desastre actual. Schröder fue sobrepasado por Merkel en Alemania, tras emprender un programa de reformas (devaluación de los salarios y de las prestaciones sociales, incluida) que fue continuado sin reparo ideológico por la lideresa democristiana.

Cabe preguntarse por qué los partidos socialdemócratas europeos son los grandes derrotados políticos de la gran recesión cuando existen pocas dudas de que en su origen está lo peor del capitalismo financiero desregulado y voraz, de naturaleza ultraliberal. Quizá una respuesta posible está en la Tercera Vía, que convirtió a la izquierda tradicional en cómplice de la crisis y en corresponsable también del lado oscuro de la globalización (desindustrialización, precariedad laboral, reducción de las clases medias en Occidente...) y que empujó a los perdedores (buena parte de los jóvenes entre ellos) hacia los nuevos partidos de estrategia populista. La Italia del blairista Renzi los ve crecer también por la izquierda y por la derecha en la era postBerlusconi.