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Arturo Ruiz

Toca desangrarse

El jefe local del PSOE de toda la vida, el que se conformó siempre con hacer política sólo para su pueblo o pequeña ciudad sin aspirar a latitudes más lejanas ni púlpitos más lustrosos, el que cada atardecer al salir del Ayuntamiento o del trabajo va a abrir la Casa del Pueblo llueve, nieve, truene o mate el calor, el que lleva media vida hablando con sus vecinos y su gente en plazas, calles, mercados y partidos de fútbol, y la otra media guerreando en las batallas internas del partido y las externas contra el PP, el que se lo cree, el que lo sufre, el que lo vive hasta la úlcera, ése, está ahora mismo acongojado, en un susto eterno cada vez que tocan a la puerta o suena el móvil. Porque sabe que más tarde o más temprano alguien pulsará el timbre o llamará. O las dos cosas.

Como es bien sabido, Pedro Sánchez reunió el pasado sábado en Madrid a los chicos de la prensa nacional para amagar un par de lágrimas, advertir de que su marcha no es un adiós sino un hasta luego y proclamar: «A partir del lunes cogeré mi coche -con la emoción del momento histórico Sánchez quizás no se dio cuenta de que era puente- y recorreré hasta el último rincón de España para ver a todos los militantes». Hasta el último rincón?

Y nuestro hombre, nuestro veterano jefe socialista, sabe que Pedro cumplirá. Que vendrá. Y está inquieto: no tiene ni idea de qué va a decirle. Puede ser: «Sí, Pedro, me voy contigo, te votaré en las Primarias porque me lo dicen las entrañas, yo sé que cuando luchábamos contra el PP vivíamos mejor y ahora ya no entiendo nada». O puede ser: «No, Pedro, lo siento, gracias por haber venido hasta aquí, me emociona la burrada de kilómetros que has hecho sólo para verme, pero no me voy contigo, nuestro deber era la abstención, nos hubieran hecho trizas en unas terceras elecciones, no podía seguir el país bloqueado, adiós, cuídate, precaución en la carretera».

Y eso sólo con Pedro. Es más que probable que vengan otros (o llamen: quizás Pedro exageró con eso del último rincón) a pedir apoyo para las Primarias que se avecinan. Sólo en el bando del «no» también se postula Patxi López. Y luego está el bando de la abstención. Susana. O el que elija Susana. Y luego a lo mejor a alguien la da por una tercera vía. Así que guerra civil abierta. Con rivales por todos lados. A desangrarse toca.

¿Qué hará nuestro hombre, nuestro jefe? Pues como a pesar de la inquietud que le provoca la futurible visita de Pedro es ya un militante bragado, hará lo que siempre se ha hecho en estas trifulcas, aquí y en todos lados: llamará al jefe socialista del pueblo vecino a ver qué opina él; y luego los dos juntos acudirán a hablar con el secretario de organización de su provincia; y luego, los tres irán a conversar con alguien de la federal; y a lo mejor luego todos juntos se van a Madrid para contactar con el amigo de un amigo de uno que está en la ejecutiva y así saber cómo están las cosas y apostar por la corriente que convenga. Sea la que sea.

Nuestro jefe ya ha estado en otras como ésta, aunque ésta sea la más gorda. Pero lo que de verdad le perturba es otra cosa bien distinta: que mientras él está perdiendo el tiempo con todo este tinglado no puede dedicar todos sus esfuerzos a gobernar su pueblo o a hacer oposición, que es lo que le han pedido sus vecinos. Que esos sí que tienen problemas. De los de verdad.

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