Les contaba a ustedes dos el domingo pasado lo aburridas que resultan para los nuevos partidos del populismo comunista las democracias consolidadas, las verdaderamente libres, las demócratas de verdad, las más prósperas. Tan aburridas y previsibles que lo mejor es cambiarlas por experimentos asamblearios, populistas y horizontales, eso sí, férreamente controlados por una élite-casta al mando de sus invictos e infalibles caudillos. Algo así como la Venezuela chavista de papá Maduro pero sin chándal ni bigote y con coleta. No le den más vueltas, «mes amís»: si un día estos visionarios llegaran a controlar el poder y todos sus resortes, España (o lo que quedara de ella) y los españoles iban a conocer en primera persona -algunos y algunas incluso en sus descarnadas costillas- las múltiples ventajas del comunismo populista del siglo XXI. España (o lo que quedara de ella) y los españoles verían realizados por fin sus sueños de estar fuera de la Europa insolidaria y fascista de los mercaderes, fuera del insaciable euro, de la OTAN, del FMI, del Banco Central Europeo y fuera de la diabólica influencia del Vaticano al denunciar con energía el actual Concordato.

Por el contrario, afortunadamente, mientras se sale de todos aquellos focos y foros de perdición y totalitarismo, España (o lo que quedara de ella) y los españoles verían al fin realizado su anhelado sueño de entrar de pleno derecho en la Alianza de Civilizaciones (con una vicepresidencia permanente); entrar en el circuito de la moneda única bolivariana que asesorara nuestro doctoral Monedero por la suma de 425.000 euros, como recogía El País, y pertenecer al mercado de la Unidad Financiera Latinoamericana compuesta por Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Ecuador, también asesorado por el conspicuo Monedero, algo que concitaría una irreprimible envidia en EE UU, Alemania o Francia; acceder al mercado de los microcréditos con intereses que oscilan entre un 25%, un 90% y hasta un 100%; hacer el curso de capacitación para una eventual entrada en el Movimiento de Países No Alineados, cuyo actual secretario general es Nicolás Maduro (¿de qué se ríen?, yo no le veo la gracia); o conseguir el estatus de observador privilegiado en la Liga de Estados Árabes a la espera de acumular los suficientes méritos para ser miembro permanente -a las miembras no les dejan-. ¿Cómo lo ven? ¿Delirante? Ahora vuelvo, voy a darme una vuelta por el Congreso de los Diputados y las Diputadas. Ya estoy aquí. ¿El Congreso? No he podido verlo; fui a visitarlo virtualmente el pasado jueves pero los actores y actrices de la farsa -¿o era comedia?- llamada Rodea el Congreso estaban ensayando. Serán los futuros protagonistas del cine español.

Pues bien, para alcanzar el paraíso comunista, la Arcadia infeliz que les he dibujado antes y gozar con absoluta plenitud de sus proletarias ventajas se debe empezar por un primer paso, como ocurrió con la Gran Marcha de Mao de los años 1934 y 1935, donde el autor del Libro Rojo y sus huestes recorrieron más de 12.000 kilómetros huyendo de su enemigo Chiang Kai-shek. Aquí solo se huye de la democracia burguesa, de su estética formal: el Congreso. De ahí que todos los emergentes y emergentas que guían al pueblo en esta larga marcha por la libertad revolucionaria propusieran y protagonizaran una corta marcha hacia el Congreso de los Diputados y las Diputadas con el fin de acosarlo. «Rodea el Congreso», lo rebautizaron nuevamente evocando aquellos nostálgicos días en que ellos y ellas, coleta al viento, mochila a la espalda, eran libres de las ataduras de la casta, de las barreras de las instituciones, de la pereza e inutilidad que supone defender la democracia desde el Parlamento. «¡A la calle! que ya es hora de pasearnos a cuerpo?», declinaba el verso de Gabriel Celaya, el poeta vasco que tuvo la coherencia y gallardía de aceptar el Premio Nacional de las Letras españolas que le otorgara en 1986 el ministro de Cultura del Gobierno de España presidido, incómoda paradoja, por el hoy indeseable oligarca Felipe González.

Y ya ven, en esa espiral «halloweeniana» puesta en marcha por Podemos y cía., sociedad en comandita, de meterle a los diputados y diputadas el miedo en el cuerpo -«hay más delincuentes potenciales en el Congreso que fuera», dijo su líder en la sesión del jueves- (de ahí que en su día solicitara el ministerio del Interior), Pablo Iglesias alienta la llamada a rodear el Congreso, un acoso a la sede de la soberanía nacional que al parecer tanto incomoda a este invicto caudillo. Solo le resta que Nicolás Maduro le haga entrega de una réplica de la Espada de Simón Bolívar (eso sí, desenfundada) para que esos «potenciales delincuentes» arteramente cobijados bajo las faldas del Congreso visualicen la auténtica «oposición» parlamentaria que les espera. Al final del espectáculo de Podemos (llegó a abandonar el Hemiciclo por la rabieta de su líder), que parece negarle al Parlamento la dopamina necesaria para que se mueva correctamente, conforme a las reglas democráticas, la alternativa es y será rodear el Congreso. Aunque en realidad, si se fijan, invitan a rodear a más de 17 millones de españoles, los que dieron su voto, libremente, a muchos de los partidos allí acreditados y que no quieren rodear ni acosar el Congreso, sino respetar lo que simboliza como máxima expresión de la Democracia con Mayúsculas. Ustedes mismos.