Tenemos que hablar mucho más de las personas y mucho menos de los políticos. La primacía de la política junto a este anómalo año de barbecho y sin Gobierno nos ha llevado a que los políticos y sus partidos hayan monopolizado los focos informativos, frente a una sociedad y sus gentes que aparecen en un segundo plano. Mientras la vida la protagonizan las personas con sus problemas y esfuerzos, con sus luchas y preocupaciones, con sus sueños y aspiraciones, estamos acostumbrados a ver, leer y escuchar noticias e informaciones fundamentalmente políticas, protagonizadas por políticos y alrededor de sus organizaciones, dejando con frecuencia en un segundo plano a la ciudadanía. Es por ello que debemos reenfocar nuestros centros de prioridad y volver a dar más importancia a todas esas personas que construyen la sociedad en el día a día, que han mantenido abierto y en pleno funcionamiento un país en crisis a pesar de los desencuentros y las incapacidades de unos responsables políticos que han tenido a nuestro país sin Gobierno durante diez meses.

Tenemos que comprender la necesidad de no olvidar las cuestiones importantes que afectan a las mujeres y hombres de este país, especialmente a aquellos en situación de desprotección social, de privación y de pobreza efectiva a las que hemos convertido en simples cifras, en higiénicas estadísticas que nos permiten tomar distancia. Y la ventaja de las cifras es que carecen de nombre y rostro, solo son números sin corazón que evitan tener que pensar en la cara de dolor de esos millones de personas que llevan años en paro y sin horizonte alguno, en esas familias que lloran juntas ante el temor de que les quiten la casa, en esas madres y padres encogidos por el sufrimiento sabiendo que comen gracias a los alimentos que recogen cada semana y a las menguadas ayudas sociales que reciben, en esos abuelos que destinan una parte de sus escasas pensiones a que sus hijos puedan mantener a sus nietos, o esos niños cuya comida más importantes la reciben en los comedores escolares porque en sus casas apenas pueden pagar siquiera los recibos de luz y agua.

Y seguramente también deberemos de hablar más de todos los que con su trabajo y esfuerzo hacen que este país avance, con su labor callada y responsable en medio de tantas dificultades y limitaciones como vivimos desde hace años, entre los que destacan médicos y personal sanitario, profesores y educadores así como técnicos y trabajadores sociales. Todos ellos han sido el dique de contención que ha evitado que se desbordara la vulnerabilidad social generada por la crisis que vivimos, traducida en un aumento de la pobreza y exclusión en nuestras ciudades y barrios. Y lo han hecho y lo siguen haciendo con una enorme profesionalidad en medio de la indiferencia, cuando no del desprecio, y la falta de valoración hacia su esfuerzo por parte de muchos responsables políticos, sufriendo recortes que han puesto en riesgo servicios esenciales, viendo el despido de numerosos compañeros y compañeras de trabajo a los que no se les renovaba el contrato o que enlazaban año tras año contratos tan precarios como indignos, sin medios materiales básicos mientras se multiplicaban las personas a las que tenían que atender.

Desde hace años, vivimos un notable aumento de la emergencia social en personas y familias en riesgo de pobreza de la mano de una crisis cuyos efectos tardarán muchos años en desaparecer. Todo ello se ha traducido en un aumento del paro prolongado, de la precariedad laboral extrema y la ausencia de expectativas ocupacionales, con una escasez acusada de ingresos en familias trabajadoras con limitaciones para atender gastos en bienes de primera necesidad, e incluso familias sin ingresos de ningún tipo, con problemas graves para el pago y mantenimiento de la vivienda, con desahucios, aumento de viviendas compartidas y hacinamiento. En nuestra sociedad hay personas con dificultades para poder seguir el tratamiento de enfermedades crónicas por falta de recursos para adquirir medicamentos o incluso para poder acceder a la necesaria atención sanitaria, con menores que tienen dificultades para mantener actividades educativas esenciales, con un aumento de los casos de abandono parental, problemáticas de alimentación básica y tener cubiertas sus necesidades más elementales, junto a un incremento de la conflictividad familiar con emergencia en las adicciones y trastornos mentales así como problemas de inadaptación en jóvenes que carecen de futuro y oportunidades de ningún tipo, en el plano laboral, profesional o formativo, sin posibilidades de empleabilidad.

Los poderes públicos deben proteger a la sociedad ante situaciones de emergencia, poniendo los elementos necesarios para que las personas tengan cubiertas sus necesidades básicas y puedan desarrollar sus capacidades. De manera que, señores políticos, hablen menos de ustedes y háganlo más de las personas para las que trabajan.

@carlosgomezgil