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Francisco Esquivel

Tiene que llover

Francisco Esquivel

50 años juntos

Dada la pasión por la lectura que profesan es natural que, en un trance así, se te vengan encima las peripecias del para la posteridad «matrimonio literario más duradero del siglo pasado». Sí porque, al igual que con Nabokov y Véra, el destello prendió en el primer encuentro. No se produjo en Berlín pero, por los efluvios, podía haber sido igualmente en París, en Salzburgo o donde el azar se lo hubiese propuesto a pesar de que la verdad del barquero es que el régimen imperante resultaba tan abierto que el erasmus era cosa de hombres y podía destinarte a los regulares de Melilla. Las notas que sonaron en el casorio de amigos comunes salieron de los dedos de aquella risueña pianista partidaria del romanticismo de Schubert y, tras el instante en que tocó separarse, no dejó de acompañarla con cartas que compusieron desde los albores la sonata de una relación tirando a eterna. Es posible que el joven intrépido estuviese empapado de una de las innumerables misivas en la que el prestigioso escritor ruso le decía a su ángel de la guarda «esta noche he soñado contigo; he flotado en una especie de nube de ternura por ti; siento tus manos, tus labios, tu pelo, todo y, si fuera capaz de tener estos sueños más frecuentes, mi vida sería más fácil». Pero, en el fondo, lo mismo daba. Menudo es, menudos son. Nada podía detenerlos: ni la distancia ni las escalofriantes pagas ni el paisaje sombrío. Juntaron luz de sobra apuntando en dirección apropiada, se metieron en ruta pegados a las señales que la enriquecían, plantaron la semilla y no tardó mucho en brotar las primeras ramas. En cuanto quisieron darse cuenta el compromiso germinó en roble. Y de modo natural lograron transformarse en ellos mismos a la vez que en otros: su gente, los amigos, el tronco que los mantiene entrelazados a esas raíces sanas, fecundas que, tras extenderse serena y pausadamente, envuelven a cuantos han atesorado la tremenda suerte de compartir buena parte del viaje al lado de los mozos. Es lo que tiene sumar y sumar sabiendo querer.

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