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Vivan las lentejas

El fútbol por televisión, las repeticiones y la proliferación de los comentaristas

Claro que me gusta el fútbol televisado. Por supuesto. También me gusta ver películas en TCM, y la Acrópolis de Atenas en un documental de Canal Viajar, y un buen plato lentejas en un programa de cocina, y la Luna en National Geographic, y un concierto de Bruce Springsteen en las noticias del telediario. Ahora bien, prefiero ver películas en una sala de cine, sobre todo si no me toca como compañero de butaca un devorador de palomitas o un psicópata del destripe incapaz de mantener la boca cerrada; me gusta más la Acrópolis cuando te encuentras con su silueta a pocos metros de la salida de la parada del metro, recortándose en el extraño azul del cielo de Atenas; no cambio el sabor y el olor de un buen plato de lentejas por un primer plano de unas lentejas preparadas por Arguiñano; la Luna es más Luna cuando te mira a ti que cuanto tú la miras a ella; y Springsteen en vivo y en directo, en fin, es Springsteeen en vivo y en directo. Punto.

Eso quiere decir que me gusta el fútbol televisado. Por supuesto. Pero el fútbol, como el cine, la Acrópolis, las lentejas, la Luna y Springsteen, es mejor cuando se disfruta en su lugar. El estadio. Además, tengo algunas quejas con respecto al fútbol televisado. Las repeticiones de las jugadas. ¿Por qué? En el estadio no hay repeticiones, y así está bien. Si quieren repetir una jugada, que esperen a que termine el partido o, mejor todavía, que vuelvan a emitir el partido íntegro después del pitido del árbitro. Y ahí sí, que repitan cada jugada dos, tres, cuatro mil doscientas veces, desde todos los ángulos, a cámara lenta o súper rápida. Pero un partido en directo es eso, un partido en directo, no un partido con unos segundos de retraso porque los espectadores casi siempre estamos viendo la repetición de la jugada anterior. Los comentaristas. ¿Por qué hay tantos? No digo que sean malos, aunque Sanchís y Laudrup deberían buscarse otra forma de no aburrirse, sino que hablan demasiado e invaden las competencias del narrador, del mismo modo que el narrador invade las competencias de los comentaristas. De acuerdo, siempre es posible quitar el sonido a la tele, pero eso va contra la tradición futbolera de criticar a un futbolista porque "no se le oye", es decir, porque el narrador del partido no cita su nombre.

Las imágenes de los banquillos. ¿Para qué? ¿Qué tiene de interés un banquillo, señor mío? ¿A nosotros qué nos importa si fulanito come pipas, si menganito da collejas a sus compañeros porque es muy bromista o si la estrella de turno pone carita de enfadado porque su entrenador no le pone de titular? El palco. Los espectadores que saludan a la cámara. Los vestuarios. ¿Por qué? ¿Para qué? Y la queja más gorda, la más tremebunda, la madre de todas las quejas. Yo acuso a las modernas retransmisiones televisivas de los partidos de fútbol de haber obligado a los futbolistas a llevarse la mano a la boca una y otra vez para que sus palabras no terminen siendo portada del telediario. La televisión tiene horror al vacío, y por eso muchas veces se comporta como esos historiadores que llenan el vacío de una época o de un personaje inventándose hechos y dichos. Un partido no puede tener tiempos muertos en los que no pasa nada, así que hay que meter la cámara en las narices de los futbolistas para que veamos có- mo escupen, cómo se insultan, cómo se citan para tomar algo después del partido o cómo ponen a parir al árbitro.

Por eso, porque los futbolistas y entrenadores saben que nada de lo que hacen escapa al ojo de la cámara, debemos entender que si al finalizar el partido Chelsea-Manchester United Mourinho se acerca a la oreja de Conte sin taparse la boca es porque quiere que todo el mundo sepa lo que le está diciendo; y si Diego Alves, portero del Valencia, se arrima a Messi antes de que el jugador argentino tire un penalti en el último minuto y le dice cositas para que se ponga nervioso pero lo hace sin taparse la boca, es porque quiere que todo el mundo sepa lo que está diciendo; y si un entrenador se dirige a un futbolista en el área técnica y le echa una bronca sin tomar la precaución de taparse la boca, es porque quiere que todo el mundo sepa lo que está diciendo. Esto es una pesadilla. Todos se tapan la boca para decir cosas que no importa que se sepan, y no lo hacen cuando quieren decir cosas que nos importan un bledo. Empieza el partido. Lo sé porque nos hemos perdido la primera jugada por culpa de esa apasionante imagen del banquillo del Barça que, según el comentarista, es "de lujo". Habrá que esperar a la repetición. Eso sí, vivan las lentejas.

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