Tenía pensado dedicar este artículo a pedir perdón a quienes hubiera pedido el voto para el Partido Socialista, en las elecciones de junio, con el objetivo de desalojar a Rajoy de la Moncloa, al Rajoy de los recortes y del desprecio a los derechos de la ciudadanía, pero no creo que sea yo quien lo deba hacer, aunque lo hago; ni yo ni las decenas de miles de personas militantes que hemos pedido que se celebren, cuanto antes, las primarias para elegir a nuestro secretario general. Estoy tan convencido de que somos la mayoría como de que «el aparato» encontrará el modo de retrasarlas todo lo que pueda.

Son otros los que deben pedir perdón. Perdón por habernos engañado a todos: puedo admitir, sin compartirlo, que alguien pensara que, tras las elecciones de junio, lo menos malo era eso: que el gobierno de coalición era imposible y que no tenía sentido llamar, de nuevo, a los ciudadanos a las urnas, pero si eso era lo que pensaban ¿por qué no lo defendieron allí donde debían? ¿por qué no lo hicieron cuando el PSOE podía poner condiciones al PP a cambio de su abstención? ¿por qué esta entrega sin condiciones? ¿por qué las maniobras para defenestrar al secretario general? ¿por qué el espectáculo del Comité Federal? ¿No era más noble ir de frente y decir lo que uno piensa? Llevamos dos semanas bochornosas y sin contar con la opinión de la militancia. Creo que ha quedado patente con la recogida de firmas y las asambleas celebradas, que hay una tremenda brecha entre los cuadros del partido y los militantes y, todo a punta que también con nuestros electores.

No, no pienso salir corriendo. No pienso abandonar y dejar el «solar» libre para quienes se han empeñado en tener eso, un solar. No podemos dejar al valioso y necesario Partido Socialista en las manos equivocadas, al Partido Socialista que modernizó este país, al Partido Socialista que extendió la educación, al Partido Socialista que entronca con los Partidos Socialistas y Socialdemócratas europeos, que dieron a luz el mejor sistema conocido en el mundo, lejos de aventuras pero siempre con la lucha por la igualdad como seña de identidad. No puede el Partido Socialista quedar en manos de quien, con su ceguera política, su nula visión estratégica y su equivocada visión de estado nos ha puesto en el peor lugar posible, en el peor momento posible.

Hay quien seguirá escudándose en que «el bien de España» (como si fuera algo distinto del bien de los españoles que se ganan la vida con su esfuerzo) está por encima del Partido Socialista y yo, y sin miedo a equivocarme, les digo que no están en lo cierto.

Yo no sólo quiero «el bien de España» sino, además, quiero una España mejor. Una España mejor, en una Europa mejor. Y, queridos compañeros abstencionistas, una España mejor sólo se conseguirá con un Partido Socialista fuerte, unido y sensato. Un partido que no caiga en las contradicciones como en la que nos habéis hecho caer. Una abstención sin condiciones para apuntalar al peor partido existente en nuestra joven democracia.

Sólo con un Partido Socialista fuerte que defienda, radicalmente, a quienes menos tienen, que defienda radicalmente la Sanidad Pública, la Educación Pública, la compensación de la dependencia y trabaje por desprecarizar a los trabajadores y trabajadoras de este país podrá volver a mirar a los ojos de la gente sin miedo a pasar vergüenza. Esa vergüenza que ahora pasamos los y las militantes de este más que centenario partido.

Sólo con un Partido Socialista que apueste por el respeto al Medio Ambiente, como base de una nueva construcción de futuro. Sólo con un Partido Socialista que se muestre contrario a tratados como el TTIP, el TISA o el CETA, sólo con un Partido Socialista que centre su labor en fortalecer los derechos y libertades de la ciudadanía seremos capaces de tener una España mejor.

No pienso salir corriendo, entre otras cosas, porque tenemos a muchos compañeros y compañeras partiéndose la cara por una ideología que no se merecen que abandonemos. Unos compañeros y compañeras en municipios defendiendo a sus vecinos y vecinas ante el atropello neoliberal que estamos sufriendo. Unos compañeros y compañeras socialistas que necesitará nuestro hombro para seguir en pie.

Pero debemos actuar con sensatez e inteligencia. Si ha sido fatal para los trabajadores la división electoral de la izquierda, sería fatal para el Partido Socialista la división de quienes queremos liberarlo del demonio del aparato, de las conspiraciones de salón, de las asambleas controladas a base de afiliados zombis empleados por un amigo empresario. Es precioso que no dividamos nuestro voto y apoyemos, sólidamente, a un secretario general, apoyado por un buen equipo de compañeros y compañeras que tengan como único fin conseguir el gobierno para cambiar las cosas y no perpetuarse en la dirección de un partido menguante.

Sólo así podrá, el PSOE, volver a ser la herramienta de progreso y cambio que en su día fue.