Antes de que los barcos europeos, con sus ansias colonizadoras, atracaran por vez primera en las costas americanas, existía una cultura asombrosamente desarrollada en el altiplano mexicano: la tolteca. Los toltecas pensaban que nuestra realidad no es más que un sueño colectivo. Todo cuanto percibimos lo interpretamos en base a acuerdos sociales, incluso los conceptos de «correcto» e «incorrecto» son subjetivos. El filósofo mexicano de origen tolteca Miguel Ruiz denomina a este proceso domesticación, y nos dice que, pasado un tiempo, el individuo ya no necesita el adiestramiento de sus padres o profesores, ni siquiera de la religión. Ya es capaz de «autodomesticarse».

Pero las enseñanzas de la filosofía tolteca van mucho más allá. De hecho, encontramos similitudes incluso con el psicoanálisis, en lo referente al inconsciente colectivo que acuñó el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, o a la división que Freud hace de la personalidad en tres instancias: el yo, el ello, y el superyó. En concreto, los toltecas nos dicen que todos llevamos dentro a un juez y a una víctima. Que nos juzgamos, y nos sentimos culpables. Y esa culpabilidad es el origen de la mayoría de nuestras angustias y trastornos.

Ante esta realidad, nos proponen cuatro principios, que nos parecen curiosamente cercanos al pensamiento budista. En primer lugar, elogian la importancia de la palabra. «Sé impecable con tus palabras», nos proponen. Las palabras crean todo lo bueno y lo malo. Con ellas amamos y odiamos, generamos expectativas e ilusión o decepcionamos, construimos caminos o muros. Al quejarnos nos convertimos en víctimas; al criticar, nos convertimos en jueces. En segundo lugar, nos aconsejan que no nos tomemos nada de manera personal. Cuando alguien nos insulta o nos critica, parte, en realidad, de sus propios miedos y complejos. Como dicen los maestros budistas, «Lo que da te lo das, lo que no das te lo quitas» Así, no necesitamos depositar nuestra confianza en lo que hagan o digan los demás, sino en lo que hacemos y decimos nosotros mismos.

También valoran los toltecas la relatividad de los acontecimientos. Cada uno tenemos una verdad, y acostumbramos a sacar conclusiones de todo cuanto sucede, dándoles una interpretación favorable o perniciosa en base a conjeturas. Con ello creamos nuevas realidades en base a nuestros prejuicios. Por ello nos instan a no hacer suposiciones.

Finalmente, recomiendan que nos esforcemos cuanto sea necesario para lograr las propuestas anteriores. Pero recordemos que dedicar a un asunto más energía de lo requerido, sería tan improductivo como atenderlo insuficientemente. Hace mil años, esta cultura proclamaba ya unos principios que no sólo siguen vigentes, sino que pueden iluminar nuestro «sueño colectivo».