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La improbable "defensa del empleo"

Más que la sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y costumbres lo que pone en tela de juicio una serie de principios que eran válidos para épocas exclusivamente industriales

El desarrollo de las ingenierías digitales (software, robótica, telecomunicaciones, hardware y microelectrónica) ha creado máquinas formidables tanto para la fabricación de productos como para el desarrollo de actividades en el restos de ramas del conocimiento (medicina, climatología, finanzas, etcétera) propiciando una nueva era que conocemos por digitalización. Como ocurriera en su día con la electricidad, la digitalización embebe los hábitos humanos y condiciona la cantidad y la calidad del empleo. Más que la sustitución del hombre por la máquina, es la aparición de nuevos productos y costumbres lo que pone en tela de juicio una serie de principios que eran válidos para épocas exclusivamente industriales: la construcción destructiva (aparición de nuevos y suficientes empleos para sustituir a aquellos amortizados) relación entre crecimiento y empleo, mantenimiento de una productividad creciente sin afectar al empleo, valor del PIB como principal magnitud económica para explicar el empleo, etcétera. Una serie de bases que la economía y política tiene la obligación de revisar

El efecto de la digitalización obedece a tres mecanismos: a) La automatización de tareas, tanto las más repetitivas como los de mayor carácter cognitivo e intelectual. Las máquinas están incrementando tanto su habilidad mecánica como su capacidad de razonamiento con lo que no deja de crecer el conjunto de trabajos que pueden ser objeto de automatizaciones poco costosas. b) El cambio radical producido en el proceso de globalización. Es imposible analizar el proceso de interconexión actual de las economías sin la existencia de las tecnologías digitales. El aumento de 1.000 millones de empleos en muchos países emergentes en la última generación a cargo de trabajadores de países en desarrollo es un hecho gracias a un entorno digital universalizado. c) Un espectacular incremento de la productividad de las personas, que se da por vías muy diversas que van desde la generalización del autoservicio digital, más o menos gratuito (sector bancario, comercio electrónico, máquinas expendedoras...) hasta la nueva eficiencia en tareas que antes precisaban un gran número de trabajadores: pequeños equipos gestionan grandes fondos financieros; archivos inmensos se explotan con pocos bibliotecarios; cursos de profesores reconocidos seguidos a distancia por miles de estudiantes; etcétera.

En Occidente estas tres tendencias combinadas han generado un gran desequilibrio entre oferta y demanda de trabajo, produciendo un océano de personas que queriendo trabajar no consiguen hacerlo, con todas las consecuencias que ello conlleva en el ámbito personal, familiar y social. Los temas relacionados con el desempleo en España los vivimos con especial angustia. La obsesión por él ignora la dura realidad digital. El choque que encierra esta contradicción entre lo que se promete y lo que realmente ocurre, puede ser terrible. Parece haber una especie de conjura para disimular estos efectos de la digitalización, que por otro lado tanto bienestar ofrece al ciudadano. Anunciar que el empleo puede caminar hacia una especie de desaparición no es la mejor forma de ganar popularidad.

Cuando no existían excesivos problemas de trabajo, el salario actuaba como un mecanismo para la redistribución del poder de compra entre la ciudadanía. Los sindicatos, enraizados en la era industrial, tiene como una de sus razones de ser la defensa del empleo y con ella mejorar la redistribución la del salario, un concepto éste con sólo dos siglos de vida, que en el siglo XXI la digitalización va a redefinir. A tenor del importantísimo papel de los sindicatos en los dos últimos siglos sería bueno que reconocieran la emergencia de un modelo más complejo de aquel que les vio nacer. Sin asumir la aparición del nuevo orden, la defensa del empleo será un combate perdido en un plazo breve.

La digitalización supone rebajar el papel de los asalariados y la necesidad de negociar sus primeras consecuencias entre sindicatos, patronales, instituciones y todos aquellos intermediarios que en democracia permiten negociar. Se necesita mucha perspectiva, no ponerse de perfil y evitar palabras huecas pretendidamente brillantes. Habrá que hablar de un mañana basándose en un pasado que desaparece proyectándolo en un porvenir que ya se perfila. Será necesario negociar un cambio entre contemporáneos. Mantener todo lo que pueda quedar de lo actual (fiscalidad, poder de compra, circulación monetaria, etcétera) y proteger los empleos existentes todo el tiempo que sea posible sin ilusionarse sobre la duración de esta protección. La defensa del empleo debe ser una respuesta coherente frente a la nueva realidad, para la que habrá que protegerse de las presiones de aquellos lobbies con intereses cortoplacistas. Necesitamos un sumario de propuestas alternativas al salario como única herramienta de redistribución. A pesar de la ensoñación mediático-política, la renta mínima garantizada no parece la panacea manteniendo los servicios públicos en sanidad y educación que hoy disfrutamos.

De alguna manera se apunta una especie de meta económica en la que la combinación de un software inteligente, máquinas habilidosas y energía suficiente harían innecesario el trabajo humano. Hoy sentimos que deben pasar generaciones para que esta promesa se cumpla plenamente, un escepticismo análogo al de las sociedades de principios del XIX, cuando se les hablaba de una masiva prosperidad industrial que no llegó hasta las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La batalla para construir las instituciones que eventualmente gobernaran la masividad digital ha empezado. Crear esta prosperidad digital masiva no consiste simplemente en asegurar que todos los trabajadores vayan a beneficiarse del crecimiento económico, sino más bien en construir instituciones que proporcionen algún tipo de solución a quienes no llegue a trabajar porque sus horas ya no resulten necesarias para crecer económicamente.

Es difícil imaginar la forma como estas instituciones pueden funcionar y ser sostenibles, en una sociedad que proporcione una vida fácil a adultos sanos, simplemente porque sea un derecho poco menos que natural. Será un acto de solidaridad imprescindible. Un antecedente son algunas familias. La economía no es una familia pero empecemos a considerar esta solidaridad, sabiendo que no va a ser un problema menor definir el entorno etno-nacionalista en el que el nuevo concepto de empleo va a poder instalarse.

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