No hay duda, al menos para mí, de que la movilidad social, naturalmente hacia arriba, es buena para todos. Entre otras consecuencias positivas,donde los más desfavorecidos perciben que con su esfuerzo y trabajo pueden mejorar su calidad de vida y ascender en la escala social, el resto de los ciudadanos se beneficiarán de su trabajo, esfuerzo y dedicación y así se incrementará la productividad y la renta y por tanto la disponibilidad económica del Estado. Además, esas sociedades abiertas y favorecedoras aprovechan todos sus recursos, son capaces, mediante su sistema de oportunidades, de facilitar el desarrollo de todos los talentos que de otra forma, en sociedades muy rígidas, se perderían. Y no de menor importancia es la cohesión social, un bien difícil de igualar.

El lugar que uno ocupa en el mapa social depende mucho de donde nace, algo que no se puede elegir. Corresponde por tanto a la sociedad, cuya meta es la justicia, el bienestar y la eficiencia, corregir estas desigualdades . En nuestra naturaleza está intentar ser más que los demás, ese es sin duda un motor para muchos: ser el mejor futbolista, el actor más admirado, el escritor de más prestigio o el pintor que los coleccionistas y críticos colocan en el más alto pedestal; o el que figura más arriba en la lista Forbes. Esas distinciones atraviesan la sociedad en todos los lugares y tamaños. Por tanto, no podemos aspirar a una sociedad uniforme, ni es bueno, ni es natural. Siempre habrá unos mejores que otros en los diferentes ámbitos. El esfuerzo se debe dirigir, por un lado, asegurar las condiciones de vida mínimamente dignas, un acuerdo que varía en el tiempo y en el lugar, por otro, a facilitar la movilidad social.

Nadie puede modificar su herencia genética, cualquiera que sea su influencia en la aptitud y actitud de las personas. Solo podemos actuar sobre el medio y ahí también estamos limitados porque es difícil modificar la modelación del carácter que la familia imprime en los primeros años de vida, no sabemos cuánto. En todos los animales existen ventanas de adquisición de normas, comportamientos y actitudes que se verifican en el medio donde se encuentren. Los humanos somos quizá los más moldeables y a a vez quizá nuestra ventana, lo mismo que para la reproducción, sean más larga y ese barro del que está hecha la mente, que incluye las emociones, la inteligencia y la razón, nunca llegue a fraguar del todo. Pero no podemos despreciar la profundidad de la huella que deja en nosotros los primeros años de vida. Ahí, la sociedad, sin llegar al extremo de quitar los hijos a los padres para educarlos, tiene la oportunidad de proveer servicios en las zonas más desfavorecidas donde ya muy temprano esos niños podrían recibir influencias saludables. No solo la educación temprana, también las intervenciones sobre el medio facilitando zonas de juego, entorno limpio y seguro. En definitiva, hay que invertir más donde hay más pobreza a pesar de que son las zonas ricas las que alimentan al Estado y en consecuencia están legitimadas para exigir un medio acorde. La educación es un igualador social pero solo con ella se logra poco como se demuestra en el Reino Unido, país de escandalosa baja movilidad social en el que en la década de 1960 se abolieron as escuelas elitistas. No mejoró la movilidad. Hay algunas variables que ayudan a que la educación sea una palanca. Una es mezclar a los estudiantes de diferentes zonas de la ciudad y diferentes clases sociales y étnicas. La experiencia internacional tal como examina la OCDE es que los más desfavorecidos progresan sin que los otros pierdan nivel. El papel de profesor también aparece como un factor importante: donde existe una carrera profesional y por tanto expectativas de progresar, siempre que ésta dependa del trabajo y resultados, se observa que el esfuerzo, la dedicación de los docentes y el aprovechamiento de sus talentos redunda en el beneficio de los alumnos y de la movilidad social. No está claro sin embargo que el tamaño de la clase influya ni las instalaciones. Es más el factor humanos, de los estudiantes y los maestros.

Hay circunstancias que modifican el esfuerzo educativo de la sociedad. La educación de los padres se correlaciona con la de los hijos lo mismo que su nivel socioeconómico. Una injusticia flagrante que debemos corregir. Por ejemplo, la relación entre ingresos de los hijos y de los padres. En Gran Bretaña es la influencia más grande, explica el 50% de lo que se gana. En Dinamarca, un ejemplo envidiable de sociedad abierta, solo el 15%, en España el 30%. Sin embargo, la situación de España no es tan buena cuando se examina las diferencias en probabilidad de que un estudiante acceda a la universidad en función de que su padre sea o no universitario. Los primeros tienen un 50% más oportunidades que los hijos de no universitarios, una de las brechas más grandes en la OCDE. Nuevamente Dinamarca es la que mejor se comporta. Curiosamente, RU está entre los mejores a pesar de que como se ha dicho, la movilidad social expresada en la renta, es de las peores. Y es que no basta con enseñar a pescar. Hay que crear caladeros y dar acceso a ellos. Basta ver el nivel educativo de los inmigrantes que en nuestro país desempeñan trabajos sin cualificación, porque allí, de donde proceden y se invirtió mucho en educarlos, tampoco les era útil. La educación, como la sanidad, son servicios básicos para que una sociedad funcione, pero no suficientes.