Frente a las malogradas investiduras a la presidencia del gobierno, las universidades, todavía irreductibles en estos asuntos, continúan haciendo alarde de un espléndido protocolo en las ceremonias de investidura de «doctores honoris causa».

Son muchas las universidades españolas que han concedido su más alta distinción a Mario Vargas Llosa, hermanándose en torno a su portentosa figura. El día 26 de septiembre de 2008, fue investido «Doctor honoris causa» por la Universidad de Alicante, donde pronunció un notable discurso sobre las «Huellas de William Faulkner y Jorge Luis Borges en Juan Carlos Onetti». Sus primeras palabras estuvieron encaminadas a «disipar el prejuicio de que las influencias merman la originalidad de un escritor». «Ningún escritor es una isla», concluyó.

Vargas Llosa preside el patronato de la Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, un sugestivo proyecto auspiciado por la Universidad de Alicante y el Banco Santander hace más un quindenio. Estimulada por el poderoso influjo del Nobel, y con el buen hacer de quienes participan en el proyecto, la Biblioteca Virtual se ha convertido en el portal de referencia de las letras en español.

La Universidad de Burgos se ha sumado recientemente al elenco de Universidades que ha concedido a Vargas Llosa el doctorado honorífico. Idéntico honor le ha correspondido también al periodista Iñaki Gabilondo. Ambos fueron distinguidos en una memorable ceremonia de investidura conjunta celebrada el día 20 de octubre.

A orillas del río Arlanzón se alza la universidad burgalesa en el entorno del espléndido Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas, panteón real fundado en el siglo XII por Alfonso VIII de Castilla y Leonor de Plantagenet, que alcanzó a ser el más importante cenobio cisterciense femenino bajo la potestad de su Abadesa. Contiguamente, el propio monarca creó el Hospital del Rey, dependiente de las Huelgas, un enclave trascendental en el Camino de Santiago, para procurar cuidado y reposo a los peregrinos. En la actualidad, la hermosa Puerta de Romeros da acceso al recinto universitario que conserva intacta la fisonomía de las celdas hospitalarias y cuenta con una profusa iconografía jacobea.

El Aula Magna acogió la celebración del solemne acto de investidura de los doctorandos. Madrina y padrino pronunciaron sendas «laudationes» y «solicitaron con toda consideración y encarecidamente rogaron» que se confiriera el supremo grado de «Doctor honoris causa» a Iñaki Gabilondo y a Mario Vargas Llosa, respectivamente.

El asentimiento del Claustro daba paso a la solemne colación del título, expresada en latín, y a la imposición de los atributos doctorales dotados de un especial simbolismo: el birrete, que muestra la dignidad doctoral, y corona estudios y merecimientos; el anillo, en señal de la alianza perpetua con el saber; los guantes, símbolo de la alta categoría, y de la pureza que han de conservar las manos, y el libro de la ciencia que contiene los secretos de la sabiduría.

El juramento o promesa de fidelidad a la Universidad que pronunciaron los doctores, permitió su incorporación al Claustro, y fue el preludio de los discursos de agradecimiento.

El auditorio permanecía embelesado ante la imponente presencia de los «doctores honoris causa» y la magia de sus palabras. Dos voces que nos resultan cálidas y familiares, pues reconocemos de inmediato su timbre y su acento. Les hemos dado entrada en nuestras casas a través de la radio, la prensa o los libros, y se han quedado a vivir definitivamente. Sus voces ya no pertenecen en exclusiva a quienes las profieren; también son nuestras.

La poderosa presencia en el estrado de dos maestros de la palabra provocó el ensimismamiento colectivo. La cadencia de las frases y la entonación de las voces sublimaron sus discursos.

Gabilondo hilvanó con maestría un parlamento elogioso en torno a la radio «segunda voz de cuanto el ser humano quiera hacer, compañía en horas, minutos y segundos, como el tic tac de un segundo corazón». También afirmó que «el periodismo es a la vez hijo y padre de la democracia, y está comprometido con la sociedad a través de la búsqueda de la verdad», y que la consciencia de esta responsabilidad nos obliga a la decencia, esa palabra en apariencia blanda, como de consejo de abuela, cuya carencia produce destrozos colosales. Para concluir, subrayó que «la avalancha de información no hace sino incrementar el valor de la solvencia».

Vargas Llosa, por su parte, destacó brillantemente la eficacia de la literatura como «un instrumento absolutamente fundamental de las sociedades que quieren seguir siendo democráticas y libres». Y sostuvo de manera elocuente que «nada nos ayuda tanto a desconfiar de los poderes de este mundo como la buena literatura, y nada nos enseña tanto como la literatura que el mundo puede ser mejor de lo que es, que está siempre por debajo del que somos capaces de soñar... y que puede ser tan bello, tan intenso y tan aventurero como el de las grandes obras literarias».

Las voces benefactoras de ambos discursos tuvieron como contrapunto las del coro universitario al entonar dos melodías conmovedoras: «Agur Jaunak», dedicada a Gabilondo, y «Caminante no hay camino», a Vargas Llosa.

El rector en su gratulatoria destacó la dimensión majestuosa de ambos. Ciertamente no era una exageración. Presenciamos un emocionante ejercicio de excelencia académica y literaria, amén de la galanura en la expresión de los conceptos y de los afectos de que hicieron gala los «doctores honoris causa».

Ojalá sus voces resplandezcan siempre, como cantaba el coro en el «Gaudeamus igitur» para concluir la ceremonia: «semper sint in flore».

«Vivat Academia».