El debate sobre primarias en el PSOE alcanzó en años pasados tal nivel que se llegó hasta a plantear la necesidad de reformar la Ley de Partidos Políticos para hacerlas obligatorias en desarrollo de lo preceptuado en el artículo 6 de la Constitución, que establece, respecto de los partidos políticos, que «su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos». En aquel momento, me llamó la atención que en esa propuesta no se incluyese la paridad como una de esas exigencias (así lo publiqué en este mismo espacio el 5 de mayo de 2013). Y ahora, con lo que está sucediendo en el PSOE, no es extraño que asocie el caso de Pedro Sánchez a lo que suele ocurrir con la paridad (aunque no solo en el PSOE, aclaro).

«Este chico no vale, pero nos vale» dicen que dijo Susana Díaz de Pedro Sánchez en aquella reunión de prebostes del PSOE en un hotel de Pozuelo en junio de 2014. Lanzar un muñeco de guiñol para la Secretaría General era la operación diseñada para controlar el primer proceso de elecciones primarias en este ámbito. Y, en principio, les salió bien. Pero, como en el proceso de humanización de Pinocho, el muñeco cortó las cuerdas y quiso convertirse en el empresario del teatro. Vamos, que les salió respondón el chico. Y no se lo perdonaron; laminado. Así que las bondades de profundización democrática de los procesos de elecciones primarias se ponen en cuestión para ensalzar, nuevamente, las de la democracia representativa (el misterio es saber a quiénes o a qué se representa). Primarias sí, pero siempre que sean controladas por quienes detentan el poder. Primarias que proporcionen la apariencia de democracia, que hagan que todo cambie, pero para que todo pueda seguir igual.

Pues lo mismo pasa, en general, con la paridad. Muy democrático eso de poner mujeres tanto en las estructuras internas de los partidos como en las candidaturas electorales (esta última, como ya saben, es garantía de presencia equilibrada establecida legalmente), pero que eso no suponga una grave alteración de las decisiones adoptadas por quienes detentan el poder. Mujeres que no cuestionen el poder masculino establecido, que lo acepten acríticamente o que, si lo cuestionan, consideren que combatirlo no es algo prioritario en la agenda política. Mujeres que no sirvan para transformar las estructuras patriarcales y sirvan, por tanto, para afirmarlas. Si, por casualidad, se cuela alguna feminista de esas que anteponen lo que conviene a los derechos de las mujeres a las estrategias y los intereses defendidos explícita o implícitamente por su partido, será laminada. Que la paridad no moleste al patriarcado, sino que le sirva, es la máxima que hasta ahora se ha impuesto ¿Cambiará? En esto soy optimista ¡Qué remedio!