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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

Calles y callejas

Todo el que aspira a la inmortalidad, siquiera sea modesta, desea tener una calle dedicada en su pueblo (o en Nueva York si es un poco menos humilde). Hasta yo que estoy por encima de todas las glorias terrenales me sentiría muy honrado de descorrer la cortina de una placa en Sant Joan, donde resido. Tomen nota, munícipes: Calle del Indignado Burgués? ¡Quedaría mona! Hasta me ofrezco a pasar el trapito de vez en cuando para dar lustre y esplendor a la cerámica.

Lo malo es que tener o no una calle depende no tanto de tus méritos como de dar con la tecla adecuada que mueva a los corazones de los ediles. También es posible que tus merecimientos excedan de lo normal; se dice que van a dedicar una de las calles rebautizadas en Alicante a mi amiga Maisa Lloret que fue la primera española (de La Vila) en conseguir un Diploma Olímpico. Me parece bien, claro, pero siempre que se reconozcan iguales o más méritos a Maruja Sánchez, alias «la bienpagá», que debería tener calle en Benidorm por haber elevado a los altares a la gloria patria que fue Zaplana. Una injusticia que no se hayan reconocido sus dotes anticipatorias y su sacrificio para que el nombre de Benidorm iluminara primero el Palau de la Generalitat y luego los salones madrileños.

Bautizar las calles con nombres de prohombres o promujeres es ejercicio azaroso. Unas veces porque se adjudican calles a conmilitones o personajes de dudosa valía o por presiones de grupos que reivindican medianías dudosamente merecedoras no ya de una calle, sino siquiera de un callejón. Algunas veces se da el caso de que los homenajeados en vida salen rana y a ver cómo deshaces el entuerto: no me extrañaría nada que Roldán o Bárcenas hubiesen tenido calles aunque fuera en Villarejo del Sordete. ¿Y si están muertos y las investigaciones posteriores demuestran que eran unos sinvergüenzas? No hablemos de cuando al calor de un conflicto político se adjudican calles a los mártires de un bando en detrimento de los del otro, o cuando la tortilla da la vuelta y volvemos a la casilla de salida. Por no cansarles: cuando la calle de Pepe Lassaletta pasa a ser del «Negro Lloma» comprendo que sin ser racistas a los residentes no les siente demasiado bien.

El afán por mover el callejero es un ejercicio que a todos los ayuntamientos les encanta, por más que sepan que genera problemas y agravios y eso que normalmente cuando pasas por la calle del Trompetista Pepito Pérez no sabes casi nunca los méritos que el Sr. Pérez hubiera acumulado, más allá de una cierta habilidad con el instrumento o tener amigos que publiciten lo bien que la tocaba. Por ir al gremio que conozco es increíble calles que se han dedicado y periodistas que han sido preteridos, lo que demuestra que es preferible caer en gracia que ser gracioso, pero evito decir nombres para no enemistarme con medio mundo.

Además, tampoco merece la pena remover placas, siempre he sido de la teoría de Wenceslao Fernández Flores que hace un siglo sugería que para evitar gastos a los residentes con los cambios de nombres -nada nuevo bajo el sol en ese tema- bastaba cuando caía el régimen por sustituir el adjetivo y donde la calle era del Bienhechor Fulano se sustituía por la del Malhechor Fulano. Todos tan contentos y las cartas igual llegaban a sus destinatarios. O quizá bautizar el callejero con nombres de plantas, animales salvajes, accidentes geográficos, desastres naturales, cócteles, recetas de cocina o personajes de ficción. Me encantaría vivir en la calle de Darth Vader, en vez de la que me adjudicaron los ediles sanjuaneros que me obliga a deletrearla quinientas veces a los mensajeros o a los fontaneros, porque nadie sabe qué es (yo sí porque investigué).

En esa tentación de reescribir tanto la Historia como la historia los vecinos son los principales perjudicados, que a ellos nunca se les pregunta si les cae o no bien el personaje antes de renombrar su calle. No digo que se haga un referéndum, que después de lo de Colombia y lo del Brexit no soy nada partidario, pero un preguntar nunca vendría mal para no encontrarse como la alcaldesa de Madrid que tiene soliviantada a la Legión por quitarle la calle a Millán Astray.

Y mira que la propuesta de bautizarla como Calle de la Inteligencia, en contraposición a lo que supuestamente dijera el general mutilado a Unamuno, tenía su gracieta. Ahora parece que no fue el fundador de la Legión quien pronunciara la frase de marras y, en todo caso, inventar la Legión y ponerla en son guerrero quizá merecería una calle probablemente mejor que la que ya tiene -o tenía, no sé si se ha cambiado- en una zona muy poco vistosa de Madrid junto a un puñado de calles dedicadas a los «espadones» que, ellos sí, rodearon a Franco en su golpe de estado y en decenas de desfiles de la victoria posteriores.

Es que los políticos nunca hacen caso al dogma de que si las cosas funcionan no hagas cambios, siempre piensan que son más listos que nadie y así nos va a los ciudadanos, que ellos siguen tan felices con sus cositas.

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