Estuve allí, en la manifestación de repulsa que siguió al inexplicable asesinato del profesor Francisco Tomás y Valiente, en la Puerta del Sol de Madrid. Fue numerosísima y silenciosa. La gente estaba hondamente compungida, pero sin alborotos, como posiblemente le habría gustado a él que fuera. Y es que un día de febrero de hace veinte años fue asesinado por ETA en su despacho de la Universidad Autónoma el expresidente del Tribunal Constitucional, hombre reconocido por su capacidad de diálogo, que incluso había pertenecido a la Comisión del Arbitraje Internacional para la Conferencia de Paz de Yugoslavia. Un asesinato que para mí encerraba una clara advertencia, a posibles buenos samaritanos que tuvieran la perversa idea de tratar de mediar en la cuestión etarra.

Años más tarde, en la misma Universidad Autónoma de Madrid, en el aula que lleva por nombre el del querido jurista asesinado, se iba a celebrar una conferencia que impartirían el expresidente Felipe González y el presidente de PRISA, Juan Luis Cebrián. Pero como bien sabrán no se pudo celebrar, porque unos encapuchados se lo impidieron violentamente. No es la primera vez que González no es bien recibido en diversas universidades. El año pasado, un espectáculo bochornoso se produjo en las conferencias del Círculo de Montevideo, en la propia Universidad de Alicante, que al parecer supo reconducir el rector Manuel Palomar, evitando que pasaran a mayores. Pero es preciso distinguir, porque lo de Alicante fue sin duda bochornoso, y en cambio lo de Madrid es de todo punto de vista inadmisible. Lo peor del caso es que Podemos ha estado agitando el cotarro desde hace tiempo, provocando que se produjeran los disturbios que esta semana impidieron que se pudiera desarrollar el acto académico previsto.

Los encapuchados no tienen derecho alguno a hacer lo que hicieron. Vulneraron la legalidad vigente al atentar contra uno de los derechos fundamentales de las personas, como es el de la libertad de expresión, consagrado en nuestra Constitución. Esa virulencia, ese odio que destilan y que consiguió el objetivo de impedir la libertad de expresión, es una ponzoña para nuestra sociedad. Y quienes la alientan están en contra de la democracia, porque no creen en absoluto en ella. Toda persona tiene derecho a expresarse libremente, tanto como los demás a no prestar atención al que se exprese, pero sin impedirle en modo alguno que lo haga, siempre que sea dentro del respeto al otro y de ciertos límites legales, que excluirían por poner un ejemplo el enaltecimiento del terrorismo. No son demócratas los que alientan esos comportamientos, y lo único que pretenden es cortarnos las alas, so falso pretexto de que ellos saben mejor que nosotros mismos lo que más nos conviene.