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Tomás Mayoral

La pinza y el ademán impasible

Votar con la pinza en la nariz es una actitud que se repite con frecuencia en la política. Ahora que el PSOE agoniza con el huero debate de si abstenerse para permitir la investidura de Rajoy abriría el infierno bajo sus pies, es buen momento para recordar que en nuestro entorno internacional más inmediato hubo momentos en que a sus colegas ideológicos les tocó plantarse la pinza para atenuar el rigor ético de su pituitaria y actuar bajo el dictado de un mal menor que evitara males mayores. Vean tres casos, tres. Primero, Francia tras las elecciones presidenciales de 2002. Al PSF, tras caer estrepitosamente Jospin en la primera vuelta, le tocó pedir el voto en la segunda vuelta para Jacques Chirac (¡horreur!) para evitar que Le Pen llegara al Elíseo. Tal crimen no impidió que 10 años después Hollande llegara a la presidencia.

Segundo, Italia. Renzi pacta con el mismísimo «Belcebú» Berlusconi una reforma global para conseguir sacar al país transalpino del tradicional marasmo que los escándalos de «il Cavalieri» y décadas de podredumbre habían ocasionado. Don Silvio, aún con los puntos tensos del último estiramiento, se plantó en la sede del PD, el partido del ex alcalde de Florencia, y pactó. El hecho de que un año después Forza Italia diera por roto ese «Pacto del Nazareno» no ha evitado que Renzi siga en el poder y que Italia disfrute de uno de los periodos más largos de estabilidad que se recuerdan.

Tercero, Alemania. Como ya he hablado más de una vez de la «grosse koalition» en este mismo córner, no les abrumaré con los detalles (interesantes, pero aburridos: es Alemania) del acuerdo de gobierno entre Ángela Merkel y Sigmar Gabriel que ahí sigue, sano como una pera, y sin que la entente haya debilitado, por sí misma, a ninguno de sus firmantes. Uno de los dos será el próximo canciller.

¿Eran o son malos políticos estos de los que les hablo? ¿Alguien cree que traicionaron sus principios, su ideología, al buscar salida a situaciones difíciles que exigían pinzas en la nariz pero también inteligencia? Es evidente que no. Son las mentalidades totalitarias y reduccionistas las que valoran por encima de todo mantener impasible el ademán, como decía aquella canción que por su título bien podía haber sido el himno al turista. Vuelven a ser malos tiempos para la lírica del «antes morir que perder la vida». Un poco de inteligencia y perspectiva. Que con esa correlación de fuerzas en el Parlamento, una vez pasado el trago de la investidura, nos vamos a hartar de reír.

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