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Democracias Orwellianas

La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás, como dicen que dijo Churchill. Claro que tiene defectos y hay que ser conscientes de ellos. Uno es el uso y abuso de la mentira. Miren, si no, la rotundidad con que se afirma que primero es el interés del país, después el del partido y, finalmente, el personal mientras aparecen prácticas que van exactamente en la dirección contraria. Nada nuevo. También a escala local. O el mito de que los partidos responden a las demandas del electorado cuando lo que hacen muchas veces es manipularles para que permitan que el partido salga con la suya y en direcciones no necesariamente a favor de sus propios votantes, pero ya vendrán los de relaciones públicas a maquillar el entuerto. O, sencillamente, brillantes inconsistencias de las que hasta el más despistado se percata.

Suele ser insultante el desfase que se percibe entre la retórica (eso que llaman «relato», «narrativa» o «discurso»: los nazis eran más honestos y lo llamaban propaganda), entre la retórica, digo, y la práctica observable. Insultante para la memoria y la inteligencia del ciudadano medianamente interesado en tales asuntos, que frecuentemente teme formar parte de una especie en riesgo de extinción. Pongo tres ejemplos hispanos recientes en los que la retórica cambia del día a la noche por motivos puramente marketineros, de vender la moto y hace que más de uno, fuera de los fieles, piense que se trata de una colosal tomadura de pelo.

El más claro ha sido, a este respecto, Pablo Iglesias planteando cambios en el «discurso» en función de los objetivos a alcanzar en cada situación concreta. El fin justifica los medios y el fin no es «parecerse a la sociedad» sino «cambiarla». Si para eso, Errejón dixit, hay que moderarse, pues se modera. O se «disfraza» (Nota: el uso aquí de la palabra «populista» no coincide con el sentido peyorativo que normalmente se le atribuye. Por lo visto, hay que leer a Ernesto Laclau).

Mucho más chocante es el cambio, en el PSOE, del «No es No» al «Abstenerse no es apoyar», es decir, que la abstención no es un Sí, pero tampoco es un No, aunque algo No sí que es. Bueno, el lío lo tienen ellos. A ver cómo lo explican. No es muy diferente, en el fondo (lo es en las formas y el contexto) del cambio de Theresa May de contraria moderada al «Brexit» como ministra y favorable al mismo como primera ministra («Soy su líder: debo seguirles»).

Más sinuoso el PP que pasa de plantear la urgencia de formar gobierno «del partido más votado», a fomentar unas terceras elecciones sabiendo que sus fieles seguirán fieles, que muchos que votaron PSOE huirán a la abstención y que Podemos no levanta cabeza dadas sus divisiones internas (parece como si vieran a Ciudadanos como un heredero de UPyD y con su mismo destino). Es decir, que aumentarían en escaños. Pero al día siguiente, el supremo líder dice que no, que basta con que se abstengan y que ya verán cómo lo van arreglando a lo largo de la legislatura. Que se anuncia breve. Algo parecido sucede con las declaraciones de sus cargos públicos sobre el asunto Gürtel: rechazan el juicio y después lo ensalzan según rece el argumentario del partido.

Una rápida excursión por el extranjero también permite cazar algunas buenas piezas. Tenemos, en primer lugar, la sarta de mentiras y el abuso del miedo que se produjeron en la campaña del «Brexit». Algunas de esas mentiras fueron después reconocidas públicamente por los mentirosos, como sucedió con Farage, el líder saliente y entrante del UKIP. Mentiras también las hubo en el referéndum de Colombia (los referendos/plebiscitos los carga el diablo). La xenofobia suele tener, igualmente, buenas dosis de mentiras y miedos: que se lo digan a los húngaros en la pasada votación sobre emigración y temas afines. Donald Trump es, tal vez, el mejor ejemplo disponible en la actualidad: miente, sabe que miente, se desdice mintiendo, exagera.

Pero no nos engañemos: las dictaduras son mucho peores. Por lo menos, en democracia se puede pensar que «no hay mal que cien años dure» y, en algunas mentes, puede anidar la esperanza de cambiar de «amados líderes» sin necesidad de que se mueran. En ambos casos se usa la violencia y la vigilancia orwelliana, pero parece que en las dictaduras es mucho peor, sobre todo si el control de los medios es totalitario. No es para entusiasmarse, pero algo es algo.

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