Son demoledoras las noticias que, cotidianamente, afecta al bienestar de nuestros niños. Es como si una epidemia del mal asolara a nuestra infancia. Y no solo me refiero a niños de nuestra geografía, sino, en general a millones de niños que habitan nuestro planeta.

No es posible comprender que nuestra condición humana muestre indiferencia sobre la angustiosa vida de unos niños que no saben por qué ni como nacieron en países donde se les niega el pan y la sal, robándoles la infancia. Territorios asolados por catástrofes y/o guerras, nos muestran imágenes cada vez más conmovedoras. África, India, Siria, Sudamérica. Niñas y niños raptados, drogados, anulando su voluntad, abusando del miedo infantil para convertirlos en prostitutas. Nauseabundo.

El llanto de las niñas nigerianas raptadas de un colegio por Boko Harán, para satisfacer las necesidades sexuales de una tribu, mal nacida, que no contempla la más mínima compasión, es deleznable. Violadas, maltratadas, embarazadas o con sus hijos nacidos, estas madres-niñas son ejemplo de lo que sociedades civilizadas no deberían consentir.

En España, deberíamos hacerlo mirar también. Redes e individuos que abusan de la inocencia de los niños para comercializar física y gráficamente con sus cuerpecitos, incluso se da el caso de llegar a matarlos sin piedad, como el crimen de la familia brasileña afincada en Guadalajara con la macabra fechoría de descuartizar a los padres, matando a sus hijos, de uno y cuatro años, es de una crueldad absoluta.

Acaso no es cruel también, que un puñado de cafres, se ensañe con una niña de ocho años por un balón, causándole desprendimiento de un riñón, fisura en costillas, patadas en la cabeza y hematomas en todo su cuerpo. Y un miedo que jamás perderá. No es inhumano que alguien desee la muerte de otro, máxime si se trata de un niño enfermo de cáncer de huesos y todo por anteponer la defensa de los animales antes que el de las personas. No es vomitivo que una manada de depredadores sexuales convierta sus juergas en delitos de violación y se pavoneen por chat ante sus lobos, de tales fechorías.

Lo peor de todo es la indiferencia. Surgen las noticias. Nos lamentamos de los hechos, recriminamos a los autores, pero no existe ese rechazo absoluto contra este tipo de gentuza y sus actos delictivos. Dejamos que la ley y nuestro sistema judicial, se haga cargo de ellos, -vaya papeleta-, y lo hacen, pero subyace cierto inmovilismo en parte de una sociedad pasiva y corrompida por la violencia, que jamás debería permitir que a un niño se le tocara. Hay algo que no funciona.

No funciona porque desde pequeños se tendría que educar a los hijos, en simbiosis familia-colegio, en el respeto, en la honestidad, en la empatía, en la generosidad, en la compasión y fundamentalmente en la responsabilidad y trascendencia de sus actos, como valores inamovibles donde distingan claramente el bien del mal. Si se educa e inculca a los niños de pequeños estos valores, de mayores, la ley no tendría que castigarlos. Cuando una parte de la sociedad, y cada vez más, antepone sus intereses a los de los niños, es que está enferma. Muy enferma.