Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Arturo Ruiz

Quince años después

Madrid. Cualquier mañana de invierno de principios de este siglo. Es muy temprano, apenas amanece con esa luz grisácea de las ciudades que no tienen mar. Instalado en el asiento trasero del taxi que hace frente al tráfico incipiente, nuestro hombre ya va estresado, se toca nervioso la corbata, las solapas del traje, mira el reloj, el móvil, la agenda, repasa el número descomunal de reuniones que le esperan a lo largo del día. Quince años más tarde, delante de un juez, declarará que en esta época trabajaba 25 horas al día.

Pero en esta lejana mañana de invierno de principios de siglo, nuestro hombre no piensa en vérselas ante ningún tribunal. Su vida es jodida porque curra mucho, de acuerdo, pero también es bella porque gana mucha pasta. Sin ir más lejos, de aquí a unas cuantas horas va a ser aún más rico: ha quedado en la sede de Génova, donde ya entra como si fuera el recibidor de su casa, con el amigo Luis: con él pactará tres o cuatro mordidas más, dinero procedente de empresarios colegas que pagarán una buena comisión a cambio de que el partido les adjudique obras públicas. De todo eso, nuestro hombre trinca un 3%. Como mínimo.

Que es mucho. Y eso sólo en un día. En los próximos meses de este invierno vendrán bastantes millones más aunque para eso tenga que trabajar aún más duro, apretar a más empresarios, hacer más viajes, sobre todo a Valencia, dónde últimamente todo va como la seda.

Nuestro hombre piensa que tanto esfuerzo habrá merecido la pena. Al fin y al cabo esta luz del invierno sólo es el principio de todas las cosas: vendrán luces mejores, más brillantes. A lo mejor la de algún exclusivo puerto mediterráneo donde parar un poco, tomarse unas vacaciones y disfrutar de todo lo ingresado con yates, mansiones, hoteles, relojes, joyas, grandiosas puestas de sol desde restaurantes de lujo, playas paradisiacas, trajes de primera, risas, puros, excesos y copas. Se lo habrá ganado.

Por eso, quince años después, quizás en el receso del juicio al que acude como imputado, procesado y denostado, aún sigue pensando que sí, que claro que mereció la pena aunque ahora se haya caído con todo el equipo. A cambio de haber sido sometido al escarnio público ha obtenido varias satisfacciones: la de haber vivido como le dio la gana; la de intuir que en este país, si no lo hubiera hecho él lo hubiera hecho otro -y de hecho lo hicieron muchos más-; la de saber que hubo una época -aquel invierno de Madrid, Valencia- en la que estuvo en el centro del mundo y se le abrían las puertas de todos los ministerios y se enteró de todo lo que había que enterarse; y que es esa información la que le ha permitido ahora, en este juicio de quince años después, tirar de la manta, dejar bien retratados a algunos colegas ante su señoría y meter el miedo en el cuerpo a otros por lo que todavía calla pero podría dejar de callar.

Y quizás le satisfaga también que los enemigos de siempre, aquellos que se pasaron media vida denunciando su Gürtel -y lo de Brugal, Taula o Púnica de otros amigos- ahora no tengan otra forma de sobrevivir que absteniéndose para que sigan en el poder aquellos con los que un día hizo negocios y a quienes él aún conoce tan bien. Y, quince años después, celebra eso con una sonrisa casi íntima justo antes de que se reanude la sesión ante el tribunal.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats